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jueves, 10 de octubre de 2013

Javier Tomeo / ZooTomeo



ZooTomeo  

Por Fernando Valls
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No será fácil encontrar en el sistema literario español a alguien menos afectado que Javier Tomeo por todo el boato que el Romanticismo proporcionó a los artistas. Tampoco será sencillo dar con alguien menos al tanto de la parafernalia del mundo cultural. Pero es probable que estos desapegos hayan condicionado la recepción de su obra, desde que empezó a ser reconocido tras la aparición de su novela El castillo de la carta cifrada (1979).
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Ahora, Páginas de Espuma ha tenido el acierto de poner a disposición del lector sus Cuentos completos(2012. Ed. de Daniel Gascón), una veta fundamental en su obra compuesta por piezas de microteatro, bestiarios, cuentos y microrrelatos. Se trata de siete libros (Bestiario e Historias mínimas, ambos de 1988;Problemas oculares, 1990; Zoopatías y zoofilias, 1992; El nuevo bestiario, 1994; Cuentos perversos, 2002; y Los nuevos inquisidores, 2004) y un último apartado formado por textos inéditos y reescritos. Para que estos cuentos fueran completos habría que haber incluido libros como, por ejemplo, Patíbulo interior (2000). De lo ya dicho se deduce que no todos son cuentos, puesto que muchos son microrrelatos. Asimismo, tanto los bestiarios como Zoopatías y zoofilias carecen de las ilustraciones del autor, hechas ex profeso e imprescindibles para entenderlos. Por último, el que algunos textos se hayan retocado no justificaría su desgaje de los libros de los que formaban parte. A menudo, las correcciones, que he cotejado, son poco relevantes, y solo en casos contados resultan significativas, lo que hubiera estado bien ilustrar en el prólogo con algún ejemplo concreto. 
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A Tomeo, que dudo que haya padecido ansia alguna por las influencias, se le ha emparentado con Kafka, Valle-Inclán, Gómez de la Serna y aquellos escritores que cultivaron la veta de lo inverosímil, con Jardiel y Mihura a la cabeza, la literatura existencialista y del absurdo, y escritores como Cunqueiro y Perucho. Así como con sus paisanos Goya, Buñuel y Antonio Saura, grandes hacedores de monstruos. Quizá su inspiración provenga en mayor medida de la lectura de los clásicos (Aristóteles, Plinio, Claudio Eliano, el Fisiólogo, Buffon…), los estudios naturalistas y los libros de divulgación científica. Aunque solo haya que permanecer un rato en compañía de Tomeo para descubrir que es un atento observador de la realidad, dotado de un excelente oído para reproducir los tonos y el énfasis del diálogo, y ver más allá de la apariencia de los seres, algo que apreciaron pronto las gentes del teatro.

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El narrador aragonés se ha alejado de la tradición realista para acercarse a lo fantástico y grotesco, de cuyos motivos se vale, ha roto tanto con la relación causa/efecto como con la idea tradicional de tiempo y del espacio, anima los objetos, hace hablar a los animales, se desdobla en su alter ego Ramón, con quien parece condenado a no entenderse; ignora, en suma, la lógica racional.
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Sus libros deben leerse en pequeñas dosis, para no empacharse de animales parlanchines y pedantes, y tipos chinches y estrambóticos, quienes a veces se refugian en el silencio. Es frecuente que un individuo disparatado y obsesivo tome la palabra, se presente e inicie un monodiálogo, o un leve diálogo, a veces con seres de otra especie, produciéndose a menudo una disputa. Sus personajes se saben únicos, pues suelen ser tipos solitarios con miedo al silencio, que han padecido el desamor, y casi nunca pretenden entenderse con los demás; antes bien acostumbra a soltar cada uno la suya... Así, las conversaciones suelen ser tan inverosímiles, como grotescos resultan los retratos de los personajes, quienes a menudo están en los límites entre lo humano, lo animal y lo monstruoso, tal ocurre con el gallitigre o el gallileo, símbolos de la armonía de los contrarios. En otras ocasiones, presentan alguna anomalía, ceguera o malformación que les impide alcanzar la felicidad. No menos sorprendente resulta la erudición que lucen animales y humanos, siempre al servicio de lo paradójico. El caso es que estas narraciones, que suelen concluir de manera abrupta y a veces poco afortunada, aunque tiendan a la fábula satírica, carecen de lección moral. En ellas la conducta de los animales resulta una proyección de la del hombre.
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A sus 80 años, este aragonés afincado en Barcelona se ha ganado a pulso un lugar destacado en la historia de la narrativa contemporánea. La singularidad de sus propuestas la han puesto de manifiesto sus mejores estudiosos y valedores, a la par que algunos escritores le han rendido tributo: Quim Monzó, Ángel Zapata o Hipólito G. Navarro.
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Tras leer más de ochocientas páginas de relatos, acaso una estricta antología le hubiera hecho más justicia. Javier Tomeo ha confesado de sí mismo sin empacho ser “un clown más”, aunque cuando se mira al espejo, a uno de los que no tiene domesticados, observe a un caballo malhumorado. Habría que preguntarle también a Ramón.
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* Esta reseña apareció publicada en el suplementoBabelia del diario El País, el 24 de noviembre del 2012.



Relatos Páginas de Espuma reúne en un solo volumen las piezas breves del singular Javier Tomeo 

Javier Tomeo
Un pez volador 

SERGI BELLVER 
Imaginen que Javier Tomeo no hubiera nacido en Quicena y que en realidad fuera hijo de Esopo y de una sirena. No de una cantarina, sino de las que guardaban silencio para Ulises, según Kafka. Imaginen a Tomeo como un híbrido que les observara al otro lado del ojo de buey, planeando sobre la superficie del mar. Imaginen que un pájaro anfibio les contara fábulas sobre animales y monstruos tan humanos como ustedes mismos. Porque como “El pez volador” de su Bestiario (1988), Tomeo sueña entre dos mundos, y al leerle nos sabemos también contradictorios y grotescos, gallitigres como el suyo. 

Porque el aragonés es una rara avis que prescindió de modas y sectas literarias para nadar libre en el océano editorial. Y lo ha hecho en amable soledad, lo que ha dado a la literatura contemporánea en castellano uno de sus autores más singulares, en particular en el relato breve. Algo que los lectores pueden celebrar ahora con la edición de sus Cuentos completos, en Páginas de Espuma y a cargo del escritor Daniel Gascón. En puridad, no están todos los que son, hay textos inéditos y otros reescritos y reubicados, pero el volumen repasa con amplitud la cuentística de Tomeo y sus claves se revelan en el diáfano prólogo de Gascón. 

Tres prodigios, Historias mínimas (1988) ―uno de los siete libros recogidos en el volumen de Páginas de Espuma―, y las novelas El castillo de la carta cifrada (1979) y Amado monstruo (1985), descubrieron una mirada al margen de la avalancha literaria de la época, saturada de realismo social, y consagraron el prestigio de Tomeo, avalado por Anagrama ―“inesperada colisión entre Kafka y Buñuel”, le llamaría Jorge Herralde―. Después llegaron adaptaciones teatrales, traducciones, reconocimiento a nivel europeo y hasta una campaña de las fuerzas vivas aragonesas en pro del Nobel para su paisano ―el sabio Tomeo utiliza en “El sueño del Nobel” a Ramón, su recurrente personaje especular, para ironizar sobre su propia obra, algo que repitió en Los amantes de silicona (2008). 



Los cuentos de Tomeo filtran la realidad, la alteran y la perfilan en un mundo genuino y personalísimo en el que también viven las luces y las sombras del lector. Ese es el poder atávico de jugar con un imaginario de animales y monstruos, arquetipos que el autor convierte en psicópatas de poética anómala. Tomeo admira al Goya más sombrío, disfruta dibujando ―faltan sus ilustraciones de Zoopatías y zoofilias en estos Cuentos completos― y estudió Criminología para conocer la oscuridad humana, aunque no ha insistido en la novela negra, ni bajo el seudónimo de sus primeros libros alimenticios, “Frantz Keller”. Las iniciales recuerdan al abogado Kafka, como Tomeo, otro hombre de leyes dispuesto a hacer añicos las literarias. El autor estará ya tan harto como feliz de que le menten al checo, al que homenajea en su relato “Gregorio, el insecto”, pero del que le separa su humor, negro, fuerte y lento como un burro, un humor que cocea aún tras la lectura. 

No sorprende que la identidad, la paradoja existencial, los juegos mentales, la huella freudiana del Ello y el esperpento en la obra de Tomeo la comparen con la de Kafka, Buñuel o Valle-Inclán, pero lo cierto es que el aragonés no persigue las influencias y, tal vez por ello, las merece como nadie. Tomeo prefiere la etología y lee más a Poe ―el ojo del viejo en “El corazón delator” parece otro plagio inverso― o a los clásicos que a sus contemporáneos y, sin embargo, a ratos sus textos recuerdan a los cuentos de Mrozek o al teatro de Kantor. 

Quizá la estepa aragonesa tenga algo de llanura polaca y produzca un clima interior en cierta estirpe de escritores, quién sabe. Lo seguro es que el simbolismo, la lírica extraña y la palabra justa de Tomeo todavía llegan con fuerza a los lectores, muchos de ellos jóvenes, y también a escritores audaces que admiran su obra. Tomeo sigue escribiendo cada día, accionando sus automatismos como un relojero obsesivo, pero también con la alegre curiosidad de un pez volador, dispuesto a encontrar la luz de las palabras detrás de la próxima ola.




Cuentos Perversos, de Javier Tomeo.

Creado en Martes, 24 Noviembre 2009 20:23
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 Por Miguel de Loyola
¿Son los Cuentos Perversos de Javier Tomeo lo que hoy día llaman microrrelatos? Por su brevedad, algunos podrían serlo. Y si nos atenemos sólo a ese concepto, definitivamente, lo son. Pero: ¿Qué hay de su estética?, o más bien: ¿a qué estética responden los microcuentos o microrrelatos?
Cuando los posmodernistas hablan del fin de la historia, del fin de los grandes relatos, están patentizando esta clase de narraciones, cuya característica parece ser el no relato. Una narración donde impera un vacío indudable, dejando al arte de la literatura, al cuento y la novela, concretamente, sin los soportes que lo han sostenido durante siglos. Eso resulta obvio, dirá más de alguno. Pero aún así, la obviedad a veces hay que repetirla para entenderla. Repetir, es pensar dos veces, apunta por allí brillantemente Heidegger, dándole su merecido coscorrón a la necedad o soberbia de los eruditos.

La pregunta que luego surge es: ¿qué pasa entonces con esta nueva estética, o se trata también del fin de toda estética?

Para el caso de Cuentos Perversos de Javier Tomeo, nadie podrá decir que carecen de ingenio, que hay ciertas luces en la mayoría de ellos, pero no sabemos si esas luces son suficientes para sostener al arte de la literatura.  

Frente a este fenómeno, me asalta la siguiente impresión: se trata de un arte donde, en lo principal,  el narrador busca pasarse de listo, de aparecer como ingenioso ante los ojos del lector. Inteligente, brillante, perspicaz, lúcido.
Tal vez por eso solemos leer microcuentos como chistes. El lector termina esbozando una sonrisa, o bien una carcajada. Son relatos de explosión súbita. Pero me temo que mueren allí, no perviven en la conciencia del lector. Se desvanecen a los pocos segundos del imaginario. Nadie los conserva por mucho tiempo en la memoria. Son un pasatiempo, una especie de cachetada para matar el tedio, el aburrimiento durante un viaje, pero se diluyen a los pocos segundos como píldoras efervescentes.
La observación es subjetiva, por cierto, acaso tan subjetiva como lo parece este tipo de arte. Aquí nadie puede medir coordenadas, tiempo, espacio, personajes, tampoco se puede hablar del narrador, de apología, en los términos conocidos. No hay desarrollo, no hay relato propiamente tal, y, por tal motivo, más bien parecen bosquejos de una obra por terminar. Es decir, de una obra inconclusa, con pretensiones de  que el propio lector cierre y totalice la obra. Algo inaceptable para un artista que aprecie su arte.

Tal vez no sea fácil escribir este tipo de relatos, más difícil aún puede resultar publicarlos. Sin embargo, sabemos que cuando a una obra la asiste una fuente importante de poder, termina haciéndose un lugar en el espacio. Mientras más grande sea esa fuente de poder, mayores posibilidades tendrá de patentarse como tal. Esto no ha ocurrido siempre en la historia de la literatura, como se cree, ocurre ahora, hoy día, cuando existe una Industria cultural capaz de insertar sus productos en el mercado, con la misma facilidad y estrategias con que se inserta una paquete de patatas fritas.


Los Cuentos perversos de Javier Tomeo entretienen, sacan sonrisas, desconciertan algunos por su completa falta de sentido, pero acompañan bien en un viaje de turismo o de comercio, pero en ningún caso recrean un mundo, como lo consigue siempre una obra literaria.




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miércoles, 9 de octubre de 2013

Javier Tomeo / Solo se puede escribir desde la mala leche


Javier Tomeo: 

“Solo se puede escribir desde la mala leche”

El escritor, creador de un imaginario de monstruos y seres deformes, publica

sus cuentos completos y algunos inéditos

Carles Gali, El Paìs24 NOV 2012 - 00:31 CET



De tantas horas sentado, sin hacer ejercicio, así tengo las piernas; la medicación me provoca efectos adversos y duermo mal… y lo peor, me muevo como un caracol”. No podía tardar el símil animal, si no no sería Javier Tomeo (Quicena, Huesca, 1932), inclasificable de las letras españolas de los últimos 50 años, creador de un imaginario literario formado por monstruos, seres deformes, objetos alucinantes y extraños anacoretas con un punto de escépticos y sardónicos alter ego, un mundo que tampoco hace tantos años se exhibía ilustrado en el Pompidou, se representaba en los teatros de Madrid o Berlín y llevó a algunos a promoverle para el Nobel. Eso pasó parece hace mucho tiempo. Los Cuentos completos (Páginas de Espuma) muestran que, hoy más que nunca, debería haber un hueco para los gallitigres, los barrenderos que acaban retozando en su camión de la basura, para el personaje que recrimina a su mujer que se ponga el ojo de cristal porque la prefiera tuerta y para ese despertador que avanza como un cangrejo pero que no devuelve la juventud perdida.
PREGUNTA. ¿Dónde están los orígenes de ese mundo de monstruos y animales humanizados? ¿Qué pasaba en Quicena?
RESPUESTA. No recuerdo nada anormal en casa. No sé, leía a Verne, Salgari… No, los monstruos vinieron después. Quizá fueran los dibujos de Goya. En cualquier caso, siempre preferí como objeto literario a los monstruos que a la Venus de Milo; el monstruo permite señalar defectos o decir: “Eres solo un poco más agradable que él”. A mí me sirve para intentar moralizar.
P. ¿Moralizar?
R. Sí. El lector necesita más que nunca ser moralizado; la literatura se ha convertido toda en reportaje literario de poca importancia; niega respuestas, solo distrae; debe ofrecer algo más, ser un acicate moral.




Todos mis personajes son manifestaciones de una situación social poco favorable

P. Sus criaturas, por lo general, son incapaces de encajar en el mundo, como dice Daniel Gascón en el prólogo. ¿Se siente usted así ahora, como recluido en una habitación, como optaba el protagonista de El cazador (1967), su primer libro?
R. Quizá. Todos mis personajes son manifestaciones de una situación social poco favorable. Es difícil que en esta vida te permitan seguir un camino. Hay solo un sendero para llegar y mil para alejarte y aquél siempre es difícil de hallar… Mis personajes son claramente kafkianos: se mueven en círculos concéntricos que se alejan.
P. Trabajaba, con un buen puesto, en Olivetti. ¿Lamenta hoy haber cambiado su carrera como abogado por la escritura?
R. Nunca quise renunciar a mi vocación; por otro lado, en una multinacional no es fácil para un director general tener a un medio poeta: tarde o temprano te acaban poniendo en la vía muerta. No sé…
P. ¿Quizá le perjudicó la opción literaria, que no era muy del momento?
R. Aquella era la época del realismo social. Y no me divertía. Lo intenté: mezclé en los problemas de la gran ciudad a un limpiabotas, Juan, que venía del Sur… Pero nada, a las 15 o 20 páginas me aburría y pensé: ‘Eso ya lo escribió Pereda hace cien años y mejor que tú’. O sea… Por suerte, me dio por leer libros prohibidos: a Sartre, a Knut Hansum, a Kafka, a Poe, donde es posible que esté la raíz de mi obsesión por la exactitud y el número… Todo ello hizo que me desmarcara de esa literatura. Total, que me era doblemente difícil publicar: fui una víctima de Kafka, al que llegué por Freud; los editores se reían un poco de mí…


P. ¿Cuándo dejó de serle esquiva la suerte literaria?
R. En 1985, con Amado monstruo, que saltó al teatro en Francia. Ahí cambió mi estrella; y luego, con Historias mínimas (1989), lo mejor que he escrito, y que se representó en los festivales de Aviñón y Sitges… Publicar en Anagrama me dio prestigio… Es curioso: trabajaba en un pequeño sello, Editorial Marte, con Tomás Salvador, hoy injustamente olvidado, y por ahí estaban Ignacio Agustí, Julio Manegat… Como me pagaba poco, me editó El cazador, con ecuaciones y dibujos. A partir de ahí fui inclasificable, marginal, cuando no hay nada más falso que la literatura que tiene una pretensión de reflejar la realidad. También tuve problemas con la censura…
P. Para rematar la situación.
R. Sí, ese absurdo de mis historias también me servía para intentar engañar al censor. Por ejemplo, en el relato Los invasores, donde plasmé ese ejército de crustáceos que decide invadir la capital.
P. También tuvo algún roce con Juan Benet, que le acusó de hacer “croquetas” literarias porque decía que solo tenía un registro.
R. Ah sí, Benet… En fin, ya no importa. Mi mundo y mis personajes han sido el Ello freudiano, lo inconsciente, las pulsiones; el Yo no me interesa; ese ha sido siempre mi camino, ir más allá. Y en lo formal, también. Me rijo por la condensación: si puedo decirlo en cuatro palabras, no uso ocho; en general, los españoles son oradores que escriben; es lo que dice Marsé con toda la razón: esa literatura de sonajero que suena mucho pero pesa poco; por eso mis novelas, por fuerza, han tenido que ser cortas, como la coz de una mula: más fuerte que la de un caballo. Escribir es como la alquimia: inalcanzable; muchos altisonantes hacen que las palabras estén iluminadas por fuera, pero la luz de las palabras ha de ser interior, cada una ha de tener esa luz interior, mágica, que le da el estar en el sitio que le corresponde. Intento seguir la Filosofía de la composición de Poe y que mis palabras nazcan, como lo hacen, de forma espontánea para luego someterlas a una gran introspección.
P. Pues creyendo en ese estilo, se le promovió para el Nobel de Literatura.
R. No tiene mayor importancia; era un tema político: a cierta intelligentsiaaragonesa le gustaba mi obra, pero todas las autonomías quieren tener un gran atleta olímpico, un superhombre que llegue al Everest y un Nobel. Fue un tema de prestigio regional.
(Suena su móvil: es el potente canto de un gallo altanero). “Me gustan los animales, ¿se nota?”.
P. Es una presencia tan intensa en su obra que tiene algo de inquietante…
R. Los animales existen en el mundo para instruir a los hombres. Y luego está que yo soy aragonés, por lo que escribo negro. ¿Buñuel? Si, un Dios hasta en los guiones. No, no pienso en monstruos ni en seres trastornados, pero es evidente que son nacidos de mis carencias.




Mis monstruos sirven para enseñar, para mostrar el camino equivocado
P. ¿De dónde sale, por ejemplo, su celebrado gallitigre?
R. Pues de cuando un tigre se enamora de una gallina. Cuando sean posibles los gallitigres, el mundo vivirá una edad de oro. Un gallitigre no es algo negativo, es la unión del bien y el mal, lo mejor del mundo; cada ser extraño mío significa una cosa; no sé, pregúnteme: el niño de las dos cabezas, pues los dos países que hay en este… Todos son fruto de cuando dejo volar totalmente la imaginación y entonces me salen esos hombres desmesurados de muchos ojos, dos y tres cabezas —pero nunca de dos penes, curioso—, mujeres con glándulas mamarias múltiples… Sí, reflejo más hombres porque les conozco más. Mis monstruos sirven para enseñar, para mostrar el camino equivocado o sus resultados.
P. ¿Podemos emparentarlo con la eclosión zombi de hoy?
R. Los zombis son vampiros descafeinados, tonterías americanas como el kétchup… No leo nada de eso.
P. ¿Qué lee, entonces?
R. Releo, releo mucho, especialmente libros-herramientas, como los de Dashiel Hammett, un prodigio de concisión. O Psicoanálisis de los cuentos de hadas, que tengo en la mesilla de noche.
P. ¿Nada actual, pues?
R. ¿Qué tipo de escritores y literatura quiere que lea? ¿Esos reportajes literarios? ¿Esas novelas históricas que no son más que un amontonamiento de nombres, fechas y acontecimientos? Me he ido apartando de la literatura, y he perdido también la ilusión de antaño por publicar. Una novela mía hoy es como tirar una piedra al agua: hay un chasquido y se producen unas ondas concéntricas, que desaparecen rápido. Por la festividad de Sant Jordi o en muchos premios literarios te ves rodeado de escritores mediáticos y te preguntas: “¿Qué hago aquí?”. Y te vas. Es un agravio comparativo constante. A pesar de eso, la verdad es que siempre fui un escritor minoritario, con buenas críticas, pero la masa no las entendía.




Tengo mis lectores, entusiastas, y me vanaglorio de que son bastante inteligentes
P. ¿Tiene la sensación de que se ha sido injusto con usted y su obra?
R. No, tampoco. Tengo mis lectores, entusiastas, y me vanaglorio de que son bastante inteligentes; por lo general, jóvenes, porque respiran un aire distinto. La crítica se limita a alabar un tipo de literatura, si bien eso ha cambiado un poco: antes dependíamos del sancta sanctorum de la crítica y ahora han entrado en juego otros medios y otros nombres gracias a Internet. Bueno, en cualquier caso, yo hago lo mío, mi territorio es el hombre.
P. No sé si es muy asiduo a la televisión: aparece en muchos de sus relatos y no suele quedar bien parada.
R. No soy en absoluto partidario de ella, pero solo se puede escribir desde la mala leche, y la televisión es, en este país, el instrumento ideal para cargarse de mala leche.
P. Qué lejos le debe quedar su época de autor de novelas populares y del Oeste, firmadas como Frantz Keller…
R. Lo tengo asociado al recuerdo de mis padres y a la diáspora aragonesa, y como modo de ganar dinero mientras estudiaba derecho y luego algo de criminología; te pagaban entre 10 y 25 pesetas y firmabas con nombre extranjero porque si no no te compraban…
P. ¿Aún escribe y reescribe?
R. Cada día. Por las mañanas, en una habitación que da a un patio interior. A esa hora todo parece posible, cantan las vecinas y los pájaros, y eso infunde optimismo. Por la noche, si escribo es prosa fatigada; se da la fatiga de materiales y la solución que se niega aflora a la mañana siguiente.
Sí, marcha lento Tomeo, pero con ese arrastrar seguro e impertérrito del caracol en su destino, que no desvela, pero que contabiliza casi un centenar de textos entre inéditos y reescritos. Una ruta a su mundo que solo confesará a sus íntimos y que le lleva a no leer nada actual para no contaminarse y a recomendar solo, como santo y seña de ese camino, a Dante, Shakespeare y el Cervantes de El Quijote. Qué bestiario.

martes, 8 de octubre de 2013

Javier Tomeo / Nunca ha sido tan difícil como hoy amar al prójimo

Javier Tomeo
Foto de Beatriz Velardiez

Javier Tomeo
NUNCA HA SIDO TAN DIFÍCIL COMO HOY
AMAR AL PRÓJIMO

La cosa le viene de una manía incorregible por conocer el alma humana; de ahí, que sepa tanto de fieras. Quiso ser criminalista y fue escritor, escribe de hombres mostrencos y otros animales. Javier Tomeo (Quincena, Huesca, 1932), cara de caballo furioso y relinchón, camina veloz cuan largo es, con ligera inclinación de su gran cuerpo hacia delante: una tarde con Tomeo deja los pies abiertos. Nos lleva al zoo de Barcelona, quiere demostrarnos que el diálogo es aún posible. Tú hablas con Tomeo y Tomeo habla contigo y con hipopótamos en celo, camellos maricones, gorilas buenos y asesinos y elefantes locos de cautiverio. Cae el día en el parque de la Ciudadela y las fieras, adormecidas de exhibirse, despiertan con un bramar profundo. La conversación termina en un intenso barullo, de palabras y quejidos; barritan los elefantes y ladran las focas, chilla histérico un pavo real.

Tiene el escritor la lucidez del hombre extremo. Aprendió de los bichos que el amor es natural; de los hombres, que el amor duele, "soy viudo de guerra (perdón, ¿de la guerra ha dicho?), sí, de la guerra doméstica". Es fiel desde hace 32 años a una literatura rara que se apartó queriendo del realismo patrio y lastimero. Miró más arriba y de allí, de Europa central, le vino la inspiración y después el reconocimiento. Traducido a multitud de idiomas, los mejores teatros de Francia y Alemania han dado vida a sus criaturas de seis dedos y asimetrías profundas. Tantos años lleva también escribiendo sobre soledades y egoísmos: la incomunicación humana en clave de esperpento. En su último libro, El canto de las tortugas, lo cuentan gallos, conejos, ovejas, vacas... Él los entrevista: es cierto que en su presencia los animales cobran humanidad (¿o será al revés?).



Pregunta.-¿Con qué animal se siente más a gusto? 

Respuesta.-Con el perro, sin duda.
P.-¿Y con qué animal se saca más parecido? 

R.-Con el caballo.
P.-¿Por? 

R.-No sé, el parentesco me lo sacan otros. Pero yo creo que sí, más bien tengo cara de caballo.

"Nunca ha sido tan difícil como hoy amar al prójimo"



P.-Refiriéndose a lo físico, dice usted que el parecido entre hombres y animales procede de una relación anterior entre mujeres y bichos. 
R.-No lo digo yo, es la teoría de un amigo maravilloso y confidente que me cuenta cosas extrañísimas que no sé si las sueña o no, pero que me sirven de inspiración: se llama Ramón. Puede resultar un poco ofensiva para las mujeres, pero bueno. Él (que no es otro que el álter ego de Tomeo) dice que antes de existir hombres, la mujer se relacionaba con animales, y que de esa herencia nacieron los hombres mosca, hombres pez...
P.-Usted con las mujeres, ¿qué tal se relaciona desde ese "estado civil indefinido"? 

R.-Mi relación con las mujeres podría ser mejor. Mi estado civil es indefinido porque una vez me casé y la unión fracasó, por mi culpa, porque los escritores somos vanidosos y egocéntricos y no somos buenos compañeros. El caso es que después firmé unos papeles en holandés y, como no los entendía, no sé si era el divorcio, la separación u otra cosa.
P.-Tomeo atravesó un largo período monstruoso, luego un estado miope y... 

R.-Yo no he superado a los monstruos, el monstruo es una metáfora, es una vía de perfeccionamiento interior; está ahí para que aprendamos a amarlo, para que nos sintamos menos disconformes con nuestras pequeñas anormalidades de burgués. Y el miope, el miope no me sirve más que para señalar lo difícil que es encontrar el camino adecuado. Lo que abunda en mis novelas son criaturas atípicas, esperpentos casi. Pero fíjate el cabrón cómo muerde la barandilla, fíjate, fíjate, ahora empiezan a comunicarse (y dos hipopótamos llamándose de estanque a estanque).

"He encontrado lectores devotos. Al punto de que un señor alemán me pidió permiso para incluirme en su testamento"



P.-...le preguntaba qué fue eso que le abocó a esta etapa más zoológica. 
R.-No sé cómo empecé, siempre me ha fascinado la literatura que habla de animales.
P.-Dice Tomeo, o a lo mejor Ramón, que el hombre puede aprender mucho del comportamiento de los animales. 

R.-Lo decía Lafontaine, que Dios creó a los animales para instruir a los hombres. Y Zola añadió que las bestias pertenecen a Dios y sólo la bestialidad es humana.
P.-¿Ese interés es sólo en beneficio propio o existe alguna otra razón, digamos ecológica? 

R.-Una cosa lleva a la otra. Si yo admiro a los animales por su perfección, exactitud, por ser fieles a sí mismos y no andar con hipocresías como los hombres, eso supone también un respeto. O sea, que soy ecologista sin llegar al extremo de algunos: la filantropía morbosa, eso de los cementerios de perros y demás.
P.-Tiene ahí una frase que cualquier día se la roban para una campaña. 

R.-A lo mejor la he robado yo antes.
P.-"Entender a los animales es la obligación de los poetas", dice. 

R.-Ésa no la he robado, se me ocurrió. El poeta, que no es sólo el que pone un verso debajo de otro, tiene que vivir en armonía con lo creado. La poesía es un estado de ánimo, una disposición a esa armonía. Hay que intentar entender a los animales. Yo no llego al extremo de interpretar los bramidos de este hipopótamo pero, mira, está inquieto eh; mira qué prudente con toda su cabezota encima de las barras, pendiente de su hembra en la otra charca: no la ve, pero la huele y la siente.
P.-Inició su viaje literario en lo rural y pronto marchó a la ciudad. 

R.-Yo empecé haciendo el tipo de novela que se hacía entonces en España (años sesenta) y que se sigue haciendo en definitiva, que es el realismo social. ¿Escuchas a las focas? (y las focas ladrando a gritos, revueltas), ¿y has visto al oso asomando la cabeza? (y el oso erguido, dos metros de oso del Pirineo). Se han vuelto locos, es su hora mágica, llega la noche y la sienten. ¿Qué decías?

"Mi personaje, lleno de buena voluntad, se instala en una primavera que no existe y que es el clásico España va bien"



P.-Decía usted que empezó en el realismo social. 
R.-Sí, y un amigo muy inteligente me dijo que aquello ya lo habían escrito Pereda y otros, mucho mejor que yo. Entonces empecé a fijarme en modelos extranjeros como Kafka, Camus, Beckett, Poe, Ionesco, Knut Hamsum, libros que estaban en el altillo, prohibidos. Hice una literatura rara, marginal, excéntrica, en tiempos en que se suponía que la literatura debía ser azote de la dictadura. A mí eso no me interesaba, me fui hacia algo de mayor creación. Escribir es abrir una ventana y contar lo que ves a quienes no tienen la suerte o la desgracia de estar allí asomados. Uno puede describir el paisaje con fidelidad realista o hacerlo como lo siente, deformando, hipertrofiando, exagerando.
P.-Ahora, el protagonista de El canto de las tortugas vuelve al pueblo porque la ciudad no le cuenta nada, ¿y a usted? 

R.-La ciudad tiene cosas que decir, el problema es encontrarlas. Este hombre siente la llamada de la selva que para él es una vida más sencilla y más serena. Entonces, lleno de buena voluntad, se instala en una primavera que no existe y que es el clásico España va bien. Lo hace con la pretensión de establecer lazos de amor con todo lo que le rodea, incluidos los animales, claro. Es un ideal quijotesco: salvar las distancias; él ve interlocutores válidos en la vaca, en la cabra, y entonces la gente no le comprende y lo utilizan como atracción turística. ¿Escuchas al pavo real, parece que dice Tomeeeo, Tomeeeo? Mira, está subido sobre el tejado, ha volado, nos está espiando, lleva un ojo en cada pluma.
P.-El canto de las tortugas es sobre todo una parodia de la falta de interés hacia el otro, la incomunicación, ¿tiene que ver con la competencia a la que estamos sometidos? 

R.-Es un contrasentido que en este tiempo en que la tecnología punta nos permite comunicarnos con cualquier rincón desde cualquier rincón, desplazarnos a enormes velocidades y demás, resulta que el hombre vive incomunicado: nunca ha sido tan difícil como hoy amar al prójimo. Vivimos hacinados en grandes concentraciones urbanas, y nos está ocurriendo lo mismo que a las ratas, que cuando su densidad supera la media soportable empiezan a agredirse y a devorarse las unas a las otras. Hace 50 años, cuando los aledanos regresaban a la aldea y convergían en un camino único, se encontraban y se saludaban aliviados y felices de hablar con un semejante. Yo creo que hoy en día sucede todo lo contrario: el hombre jamás se ha sentido tan solo y tan incomunicado como ahora. Va en un atasco, encerrado en su latita de cuatro metros, odiando: eso en legislatura se llama colisión de derechos. Mira, mira ese hombre cómo le habla a la hipopótama (y el cuidador: hita, hita, a la bestia), está intentando comunicarse con ella. ¡Pero, cómo!, es un personaje de mi novela, ha venido a demostrar que el diálogo es posible (y la hipopótama que sale de su baño, y se pone en pie, y le ofrece su sonrisa con la bocota abierta palmeando sus gigantescos labios).
P.-¿Y con la obsesión por el tiempo? 

R.-Algunos tenemos más conciencia que otros del paso del tiempo. El tiempo sólo pasa rápido para los que envejecen, y la frase no es mía.

"Nos está ocurriendo lo mismo que a las ratas, que cuando su densidad supera la media soportable se devoran unas a otras"



P.-Sus personajes ensayan un equilibrio entre la demencia y el absurdo como forma de entender las cosas, ¿tanto se tocan la lucidez extrema y la enajenación? 
R.-El absurdo es consecuencia de la hipertrofia. Yo diría que, más que absurdos, mis personajes son seres que tienen reacciones en cortocircuito, que se producen sin que intervengan los estados superiores de la mente. Son manifestaciones del ello, atávico, irracional.
P.-Este interés y conocimiento de los comportamientos llamados patológicos, ¿le viene de la Criminología? 

R.-Bueno, claro, yo estudié Criminología, una ciencia que aspira a responder por qué unos hombres cometen crímenes y otros, en idénticas circunstancias, no. Cuando acabé Derecho, me pareció que esto podía ayudarme a conocer las claves más profundas del comportamiento humano, tenía esa pretensión.
P.-¿Nunca ha ejercido? 

R.-Ni como abogado ni como criminólogo.
P.-¿Y continúa siendo oficinista? 

R.-Lo dejé. Tenía un puesto altísimo en una multinacional, pero lo dejé para aferrarme al futuro incierto de la literatura.
P.-¿Tomeo tiene algo que ver con sus personajes introvertidos, de reacciones en cortocircuito, asimétricos? 

R.-Espero que no, porque sino debería ir al psiquiatra. Mis personajes sufren graves problemas de comunicación y yo no creo que tenga precisamente este problema. Son los lectores quienes mejor conocen el estado del escritor, y los críticos, que psicoanalizan al autor a través de sus personajes. Los resultados del psicoanálisis serían graves para mí, porque todos mis personajes son esperpénticos. Y fíjate, a lo mejor yo también lo soy y no me doy cuenta porque, claro, nadie puede verse a sí mismo en un espejo.
P.-Tomeo, si el hombre feliz es comparable al pueblo sin historia, si tan aburrida es la felicidad, ¿por qué nos empeñamos en ella? 

R.-La felicidad es un objetivo, hemos de engañarnos a nosotros mismos para sobrevivir. Si no pensamos que las cosas pueden mejorar y que un día el milagro de los deseos sucede, seríamos como estos animales que viven instalados en un presente eterno, que no esperan un futuro ni tienen un pasado.
P.-Si el amor, la poesía, es un estado de alteración, ¿felices son aquéllos que no aman? 

R.-Amar no es sinónimo de felicidad, al revés: amor es inquietud, es aspirar a cosas a veces inalcanzables. El amor en realidad es un estado intermedio entre el poseer y el no poseer, lo decía Platón. Mientras no poseemos no amamos, pero cuando poseemos, desgraciadamente, dejamos de amar. El amor es zozobra, es manifestación egoísta, es imperfecto por cuanto yo te quiero y luego te poseo: es una limitación; es una exaltación de los sentidos, es un proyecto sugestivo de vida en común, me refiero al amor entre el hombre y la mujer. Luego está el amor con mayúsculas, el amor como divino arquitecto, que desciende del cielo a la tierra para que todos los hombres vivan en conexión.
P.-Lleva Tomeo toda su literatura parodiando la incomunicación, la soledad, el egoísmo, uno nunca deja de escribir el mismo libro, ¿verdad? 

R.-Más que parodiando, señalando en clave esperpéntica. Dicen que uno siempre escribe el mismo libro y yo recuerdo que aquel escritor que murió y que se llamaba Juan Benet, decía que mis novelas no estaban mal, un piropo viniendo de él, pero que eran como croquetas, en el sentido de que se repetían. Tenía razón. Y no me importa, no entiendo el afán de algunos escritores por distinguirse y ser exquisitos: hay mucha horterilla emboscada en el mundo de la literatura.
P.-Este universo personalísimo ha interesado a un público minoritario, ¿por eso dicen que Tomeo más que lectores tiene devotos? 

R.-Algún crítico ha dicho que mis novelas crean adicción. He encontrado un público de calidad más que cantidad de público. He encontrado lectores devotos, sí, al punto de que un señor alemán me escribió pidiéndome permiso para incluirme en su testamento.
P.-¿En España, el que aguanta triunfa? 

R.-Aquí y en todas partes. Es un problema de resistencia. Hoy en día es más fácil publicar, se sigue leyendo poco en este país, pero hemos mejorado mucho la sensibilidad general hacia el fenómeno literario.

P.-Tomeo, muchos que triunfan fuera vuelven al tendido con gesto suficiente, ¿y usted? 

R.-Yo no soy de los que dicen que nadie es profeta en su tierra. Aquí hubo críticos muy serios que apostaron por mí hace tiempo, y tengo mis lectores, y un editor dispuesto, ¿qué más puedo pedir? Yo en Alemania soy una delicatessen literaria, tampoco allí soy un potaje comercial, y no voy a envanecerme por ello, no hay que tener complejo de inferioridad: en Europa hay muchas marujas que justifican muchos éxitos, es lo que más abunda. Oye, van a cerrar el zoológico con nosotros dentro.





Javier Tomeo

ENCUENTROS DIGITALES
2 de agosto de 2001

1. ¿Están realmente solos los pirómanos? Si hay bosque, y ardillas, y árboles...
Los piromanos son normalmente personajes solitarios. El bosque y ardillas son sus víctimas.
2. Aparte de Kafka... ¿Qué otras influencias tiene?
Creo que Poe, Hamsum, etc. Con frecuencia los escritores se benefician de muchas influencias sin que sean conscientes de ellas.
3. ¿qué opina de los movimientos antiglobalización?
Me parecen positivos, cuando lo que combaten es la opresión de los pobres por parte dde los más poderosos.
4. ¿los personajes de los que habla son unicamente producto de su imaginación o son reales?
Son personajes sacados de la realidad pero hipertrofiados que actúan muchas veces bajo impulsos insospechados. Como los personajes de Unamuno, son entes de ficción que se rebelan.
5. No se lo tome como una falta de respeto pero, ¿ no cree que la nominación al Nobel es un acto de promoción de su editorial a traves de los grupos mediaticos ?
Mi editorial y mi editor son ajenos a mi propuesta al Nobel. Vivimos en tiempos de politiqueos, márketing, etc. Creo de todas formas que no soy mucho peor que otros propuestos para el Nobel e incluso para algunos que ya lo recibieron.
6. cuando se pone a escribir y a crear ¿en qué piensa?
Actúo a base de automatismos psíquicos. Delimito un paisaje literario y son mis personajes quienes eligen sus caminos.
7. ¿los escritores y su imaginación tienen fecha de caducidad?
Hoy en día seguimos leyendo con gran placer obras escritas hace siglos. De lo que se trata es de perdurar por encima del tiempo y de las modas.
8. ¿Cómo ve el nivel literario de la España actual?
Me parece muy interesante...
9. Me lo han recomendado pero no he leido nada suyo, ¿por dónde empiezo?
Amado mónstruo, El castillo de la carta cifrada, El crimen del cine Oriente o mi última novela La soledad de los pirómanos. No se asuste, no son largas, pueden leerse en poco tiempo.
10. ¿Por qué se ha ido de Anagrama?
No me he ido de ninguna parte. Anagrama es mi editorial favorita. Muchas veces, sin embargo, somos víctimas de la oferta y la demanda.
11. ¿Qué le falta a nuestro teatro? realmente vivimos del recuerdo, y no apostamos por los autores del presente...
No entiendo demasiado de teatro. Entienden, desde luego, los que adaptan mis novelas a la escena. Pero considero que tanto el teatro como la novela deberían encontrar nuevos caminos.
12. ¿Por qué tantas referencias al mundo animal en sus libros?
Lo repetiré una vez más. Dios puso a los animales en este mundo para instruir a los hombres. Lo dijo un famoso fabulista francés
13. De usted es conocido el gusto por la buena comida ¿podría decirnos alguno de sus platos favoritos?
No tengo gustos culinarios sofisticados. Gazpacho y "seques amb botifarra" ,es decir, judias blancas con butifarra. Entre los platos aragoneses, no puedo olvidar el ternasco y el pollo a la chilindrón.
14. Señor Tomeo, ¿estaría de acuerdo en que el mejor conservante de la literatura, y la suya es una buena muestra, es el humor, y que no hay gran obra que no lo contenga?
Sí, el humor es fundamental. Provoca la sonrisa en el lector y la sonrisa es, siempre, el lenguaje de las personas inteligentes.
15. Creo que quedaría bien como comisario en una serie de tv... ¿Lo ha pensado?
Prefiero ser comisario que no delincuente.
16. ¿Sigue con «problemas oculares»?
Desde luego. No todo lo que veo me complace.
17. ¿Qué toma Tomeo?
Si utiliza el verbo tomar por el verbo beber, agua mineral sin gas.
18. ¿Es más difícil empezar una novela o acabarla? Belén, Madrid.
Terminarla. Mis novelas de todas formas tienen un final abierto. Son novelas interactivas y quien realmente las acaba son los lectores, de acuerdo con sus experiencias personales.
19. ¿Le gustó la experiencia de participar en la Novela del 2000? ¿Fue difícil escribir ese capítulo final?
Fue un desafio. Me encantan los desafios literarios. Creo que fue un digno final.
20. ¿Qué tal se le da lo del internet?
Regular. El diminuto "japonés" que está encerrado en mi ordenador no simepre responde a mis órdenes.
21. no estoy hablando de usted precisamente pero¿no cree que es un pena que los escirtores se conviertan en "simples" marcas?
Desde luego. Me parece muy triste. La novela en muchos casos es un triste producto de consumo.
22. ¿volveria hoy a escribir el mayordomo miope?
Sí pero creo que lo haría mejor.
23. ¿Que opina de las ferias del libro?
Soy interesantes pero desmoralizadoras para los escritores, porque hay tantos libros que uno se siente prescindible.
24. ¿Qué tiempo del día dedica leer ? Y que libros tiene, por ejemplo ahora a mano?
Libros que están ya por encima del bien y del mal, y de modas, que han resistido el paso del tiempo. Ultimamente estoy leyendo a Quevedo.
25. ¿Cómo compone la personalidad de un personaje?
Se va haciendo el personaje a sí mismo. Algunas veces en contra de mi voluntad.
26. Hola Javier, adelante y suerte con las novelas, desde Bs As, un saludo cordial!
Pues muchas gracias por tus buenos deseos.
27. ¿Cuál cree usted que es la función social que tiene el escritor en la sociedad actual?
Hacer reflexionar a la gente. Señalar dónde nos aprieta el zapato. Son otros, sin embargo, los que tienen que dar las soluciones: políticos, economistas, sociólogos, teólogos...
28. SI USTED GANASE EL NOBEL....¿ACEPTARÍA ALGÚN OTRO PREMIO LITERARIO?
No pienso en esas cosas. Tal vez sí.
29. ¿Ha superado ya el "trauma" de dibujante frustrado de historietas infantiles, en cualquier caso, ¿Cóm ve el paorama actual de ese mundo y del comic en general ?
No lo conozco a fondo. De los tebeos que leía en mis años juveniles a los cómics que se leen hoy media un abismo.
30. ¿Por qué no hay un programa decente de televisión sobre libros?
Porque en España continua leyéndose muy poco.
31. ¿el dinero arruina la inteligencia?
No.
32. ¿Qué artículo o crítica de la prensa española sobre su nuevo libro le ha gustado más?
Todos los críticos españoles han sido extraordináriamente benévolos con mi última novela La soledad de los pirómanos. incluso los menos inteligentes.
33. ¿Le han solicitado alguna dedicatoria al firmar libros que sea realmente singular?
No
34. ¿Qué es lo peor de escribir?
No hay nada malo en el libre ejercicio literario, cuando responde a una vocación insoborable.
35. ¿De que irá tu próxima novela?
No lo sé todavia. Lo decidirán mis personajes cuando los ponga en marcha en el inicio de una cuartilla todavía en blanco.
36. ¿Por qué triunfas más fuera que dentro?
Pues no lo sé. Pero no me quejo de mis lectores españoles. Tal vez figuren entre los más exigentes.
37. Si le dan a usted el Nobel y a Delibes no... ¿Le parecería algo NORMAL?
Lo del Nobel es una posibilidad que no quiero tener en cuenta.
38. Covadlo dijo una vez que si no te gusta un libro, mejor dejarlo porque la vida es muy corta. ¿Es de la misma opinion?
Sí. Hay lecturas que contaminan.
39. ¿Saltaste mucho con el gol de Nayim hace seis años?
Lo ví en diferido. Salté después.
40. ¿No cree que los libros hoy los venden más los de marketing que los escritores?
Sí.
41. ¿Te gusta chatear?
Es la primera vez que lo hago y me ha parecido una nueva forma de dialogar.


MUCHAS GRACIAS. TODAS LAS PREGUNTAS ME HAN PARECIDO MUY INTERESANTES. TAL VEZ ALGUNAS RESPUESTAS HAYAN SIDO UN POCO PRECIPITADAS. OS PIDO DISCULPAS POR ELLO. JAVIER TOMEO









Javier Tomeo: 

«Huyo de la literatura 

pirotécnica, hermosa, 

pero luego se desvanece»

Tomeo reúne en un tomo sus libros de relatos junto a textos inéditos

redacción /la voz  31 de octubre de 2012 

Pocos escritores han inventado como Javier Tomeo (Quicena, Huesca, 1932) una manera de ver el mundo «y contagiarla a sus lectores», como expone Daniel Gascón en el prólogo al volumen que reúne los cuentos completos del autor aragonés y que publica Páginas de Espuma. Están sus celebradosBestiarios y Cuentos perversos, pero también textos inéditos o poco conocidos. Antes de que el periodista formule la primera pregunta, Tomeo empieza a hablar de Cunqueiro: «Yo era un chaval y él venía casi todas las fiestas del libro a Barcelona. Se reunía con unos amigos escritores catalanes veteranos en un altillo de una librería y ahí tuve la oportunidad de conocerle. Incluso leyó algo de su Simbad, fue genial. Él influyó mucho en Joan Perucho, que también era un gran admirador suyo».
-¿Y le gustaban sus libros?
-Hombre, muchísimo, claro. El suyo es el mundo mágico, distinto, que huye de los falsos realismos sociales que entonces estaban de moda. Me gustaba mucho, sí. También Joan Perucho, que era su amigo, estaba muy influenciado por él.
-A usted siempre lo relacionan con Kafka, Buñuel y Goya.
-Estamos en una situación en la que para vender hay que etiquetar. A mí me han clavado la etiqueta de «una inesperada colisión entre Kafka y Buñuel». ¡Qué más quisiera yo! Son las leyes del mercado, que dan un nombre a lo que pretenden vender. Me gusta mucho Buñuel, sus guiones, me gusta también Kafka, me gustan las Pinturas negras de Goya, me siento identificado y entonces ahí estoy.
-Releyendo el Bestiario me he acordado de un personaje de la última novela de Julian Barnes, que, en referencia a Ted Hughes, ironizaba sobre qué le ocurriría cuando se acabasen los animales. Pero los animales no se terminan nunca.
-No se acaban. Todos tienen muchas lecturas, hasta las palomas, la que pertenece al Bestiario de Cristo y la que está en el de Satanás. Una, la que llevaba ambrosía a los dioses, una paloma pagana y lasciva, y luego la paloma de la Santísima Trinidad, por así decirlo. Como decía el fabulista francés La Fontaine, Dios puso a los animales en este mundo para instruir a los hombres. Los animales, con sus conductas puramente instintivas, nos ofrecen modelos para interpretar, para conocer, para llegar a las raíces más profundas de la conducta humana. Las bestias son de Dios, la bestialidad es humana, decía Zola, me parece. Hay que respetarlos. Quererlos, comprenderlos.
-No sé si bestialidad, pero deformidad humana también la hay en sus cuentos.
-Lo perfecto, desde un punto de vista literario, no me seduce, no me motiva. Hay que dejar al perfecto con su felicidad y no hablar mucho de él, no sea cosa que se dé cuenta de que no tiene tantos motivos para ser feliz. Me interesa lo que se aparta de lo normal, lo «monstruoso».
-Y la brevedad.
-Me muevo muy bien en la distancia corta, brevísima, en el microrrelato, lo cual no quiere decir que no me parezca también la novela larga un instrumento cultural de primera magnitud. Yo cuando escribo practico un principio que es la economía del lenguaje. Si puedo explicar algo en tres palabras no utilizo seis. Procuro huir de la literatura pirotécnica que en un momento es muy hermosa pero luego, pum, se desvanece y no queda nada. Creo también que hay que presentar competencia a otras formas más rápidas, como el cine o la televisión, con novelas más breves y contundentes.





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