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miércoles, 24 de junio de 2015

Like a Rolling Stone / Medio siglo de un hito de la música popular


Bob Dylan

‘Like a Rolling Stone’

Medio siglo de un hito de la música popular

Bob Dylan grabó su canción más célebre hace 50 años y marcó un antes y un después






Una baqueta cae con fuerza sobre una caja y al mismo tiempo un pie golpea el bombo. Es la detonación. Al instante, se abre todo un universo, creado por una absorbente atmósfera eléctrica y con un órgano estelar de fondo. Son unos segundos hasta que una voz circense dice cuatro palabras mágicas, las cuatro primeras de un relato de una verborrea divina: “Once upon a time…” Como en los cuentos. “Había una vez…”. En palabras de Bruce Springsteen: “Ese golpe de tambor sonaba como si alguien hubiera abierto de una patada la puerta de tu mente”. Es el comienzo de Like a Rolling Stone, la mejor composición de la historia del rock según buena parte de la crítica especializada, la canción con la que Bob Dylan cambió ya definitivamente el curso de la música popular en el mundo, la pista que acaba de cumplir medio siglo desde que se grabó entre el 15 y 16 de junio de 1965. Como dijo el poeta estadounidense David Henderson, no se trataba de una canción, sino de “una epopeya”. Una epopeya que narraba las emociones imparables de su autor, pero que también afectó para siempre a la visión del rock y al alma de toda una nación.
En 1965, Estados Unidos se encontraba en uno de los períodos más agitados de su historia mientras Bob Dylan andaba deshaciéndose de su papel de portavoz generacional en la música folk, que veía como una camisa de fuerza que le oprimía. Apenas habían pasado cuatro años desde que, proveniente de su pueblo de Minnessotta en busca de Woody Guthrie, había empezado a tocar en los clubes de Greenwich Village junto con los puntales del movimiento folk neoyorquino como Pete Seeger, Ramblin' Jack Elliott o Dave Van Ronk. Apenas había pasado un año desde que había publicado The Times They Are A-Changin' y los tiempos estaban cambiando para todos, incluido él, que, fascinado por el vibrante aroma juvenil y desenfadado que desprendían los Beatles o los Rolling Stones, había decidido hacer lo contrario de lo que se esperaba de él.

El primer (y enorme artísticamente) paso fue Bringing It All Back Home, publicado unas semanas antes de la grabación de Like a Rolling Stone. Con esa doble cara acústica y otra eléctrica, Bringing It All Back Home, una obra maestra fechada en marzo de 1965, fue el disco que inauguró el cambio de Dylan, una espléndida ranura por la que se divisaba algo muy distinto a lo que se conocía del autor de Blowin’ in the wind. Y ese algo era eso que Dylan describía entonces con estas palabras: “Es ese delgado, salvaje sonido mercurial. Es metálico, dorado y brillante”. Bringing It All Back Home fue la primera parte de la que se conoce como la trilogía mercurial de Dylan, formada también por los álbumes Highway 61 Revisited y Blonde on blonde. La trilogía del antes y el después, por la que se dio el camino a la inversa: los Beatles, los Rolling Stones y, en definitiva, todos, se fijaron entonces en Dylan para saber por dónde iban los nuevos tiempos. Y Like a Rolling Stone fue, y sigue siendo, el máximo exponente de ese sonido.
El crítico musical estadounidense, Greil Marcus, uno de los mayores estudiosos de la obra de Bob Dylan, lo llama “sonido total”. Un sonido que nace del blues de Robert Johnson pero que se expande en muchas direcciones, como si contuviese un big-bang de la música norteamericana dentro, entre los trazos de la guitarra rítmica y el bajo, la alta temperatura del órgano Hammond de Al Kooper (se coló de casualidad), las potentes estelas de la armónica y la voz incisiva y desafiante de Bob Dylan. Al igual que antes había sucedido con el canto pasional de That’s All Right de Elvis Presley, el alarido de Tutti Frutti de Little Richard o el riff de Johnny B. Goode de Chuck Berry, bastaba esa extraña explosión sonora, esa conjunción de elementos venidos de todas partes y de ninguna, para reconocer lo inexplicable. Era una forma de mirar hacia adelante sin olvidar las huellas. Era innovación. Poderosa innovación con un mundo emocional propio, pero también universal. Tal y como recoge Marcus en su libro Like a Rolling Stone. Bob Dylan en la encrucijada, el sonido de Like a Rolling Stone lo abarcaría y lo consumiría todo. “Mientras durase, ese sería el mundo mismo, ¿y quién sabe lo que sucedería cuando se abandonase ese mundo y se volviese al mundo que parecía tan completo y acabado antes de escuchar ese sonido?”.
Su avalancha sonora arrastra al oyente. Sin aliento. Le obliga a tomar partido. Like a Rolling Stone no es una canción que se pueda simplemente oír. No está concebida para oyentes perezosos, ni para turistas musicales. Conviene recordarlo: una baqueta cae sobre una caja y al mismo tiempo un pie golpea el bombo y... ¡boom! “Once upon a time…”. Como en los cuentos, el oyente está obligado a adentrarse en su mundo, sino la canción te expulsa. Como las grandes fábulas expulsan a los que sólo pueden ver aquello que alcanzan sus ojos.

Esa epopeya llamada Like a Rolling Stone, grabada en los estudios de Columbia en Nueva York, era un desafío para el oyente pero también para la época. Sus seis minutos de duración, con ese torrente instrumental, rompían los esquemas de las emisoras de radio. Era la antítesis del single, pero lo era de todo al mismo tiempo. Porque la canción más pop de Dylan hasta la fecha era lo menos pop de 1965. Su creador daba paso con esta composición a todo un sello personal de canciones que comenzaban en alto. Es decir, en los primeros compases, ya estaba toda la banda en la cúspide sonora y de ahí no había ni un respiro, ni un paso en falso en ese caudal incontrolable, hasta que se desvanecía. Pasaría en otra célebre comoHurricane y en varias más.
Como afirmó Greil Marcus, Dylan buscaba con Like a Rolling Stone conquistar un territorio. Y lo consiguió. Era el territorio artístico y sentimental de los agitados años sesenta, de la ruptura generacional y del rock’n’roll. Cuando se grabó la canción, en Estados Unidos, empapado por el beat de los Beatles y demás acólitos, se cocían todo tipo de revueltas y choques. En pleno conflicto bélico con Vietnam, paranoia de la guerra fría y carrera espacial con los rusos, se había producido el famoso Domingo Sangriento en Selma tras las cargas policiales contra los manifestantes por los derechos civiles y Martin Luther King había pasado por la cárcel mientras el presidente Lyndon Johnson intentaba mitigar todo con la base para la ley que daría el voto a los negros. Y los medios no se perdían detalle del proceso contra Richard Hickock y Perry Smith (protagonistas del libro A sangre fría de Truman Capote), encarcelados por asesinar a cuatro miembros de la familia de Herbert Clutter en Holcomb (Kansas) y que acabaron ahorcados. Like a Rolling Stone se puede traducir “como un bala perdida” o un “canto rodado”. Y en 1965 todos, y no sólo la chica de la canción que antes vestía tan bien y hablaba bien alto, parecían cantos rodados en la encrucijada de su propia historia. Todos parecían hacerse la misma pregunta del estribillo: “How does it feel? (¿Qué se siente?)”. También Dylan, que estaba inmerso en su propia vorágine de acontecimientos y problemas sentimentales.
Like a Rolling Stone cumple medio siglo. Con toda su urgencia y su orgullo herido, la canción fue un hito. Y lo seguirá siendo. Porque, muchos años después de su creación, ya en otro siglo, sigue sonando abrasiva. Su fuego está intacto después de escuchar cómo esa baqueta cae y un pie golpea un bombo. Cuenta Howard Sounes en su biografía sobre Bob Dylan una anécdota ilustrativa al respecto. Durante esos días de grabación, Dylan estuvo en una fiesta y la cantautora Maria Muldaur le invitó a bailar al verle sentado solo en un rincón con las piernas cruzadas moviéndose con nerviosismo. Ya le empezaban a llover las críticas en la comunidad folk por su experimentación sonora, pronto recibiría el calificativo de “judas”, mientras otros veían en él un mesías político que solucionaría todos los desajustes del país. Ante la propuesta de Muldaur para bailar, Dylan alzó la vista hacia ella y contestó: “Bailaría contigo, Maria. Pero me arden las manos”. Esas manos fueron las manos que crearon Like a Rolling Stone, una canción para la historia.



martes, 23 de junio de 2015

1965 fue el año más revolucionario de la música


Bob Dylan
¿Fue 1965 el año más revolucionario 
de la música?

Un libro relata la crónica de 12 meses en los que se compusieron grandes temas


    Portada del disco '(I can't get no) Satisfaction' de la banda The Rolling Stones.
    "No se podía encender la radio en 1965 sin escuchar un nuevo clásico", señala el periodista Andrew Grant Jackson, autor del libro 1965 The Most Revolucionary Year in Music, a propósito de la fecundidad creativa que cristalizó en una serie de intérpretes, músicos y géneros hace cincuenta años. Para Jackson, el año 1965 marca un momento crucial en la historia del rock, el soul y el jazz. 12 meses que convulsionaron el horizonte musical y abrieron la música popular a nuevas experiencias creativas. Una serie de álbumes, Rubber Soul (The Beatles), Highway 61 Revisited (Bob Dylan), Otis Blue / Otis Redding Sings Soul (Otis Redding), My Generation (The Who) y canciones epifánicas que acabaron escribiendo las nuevas cimas de la música pop.
    Tiempos de cambios y rupturas que, como relata Jackson, se enmarcaron en un gran frente de transformaciones sociales, de irrupción de nuevos modelos estéticos, protagonismo de la cultura juvenil, el peso de los medios de comunicación, la emergencia cada vez más visible de movimientos como el feminismo o de contestación a la guerra de Vietnam, la lucha por los derechos civiles, la irrupción de las drogas y la cultura hippie... Un año, como también se encarga de recordar el autor, en el que la segregación racial seguía muy presente y en 12 Estados americanos continuaba prohibido el matrimonio interracial. O ser homosexual podría conducirte a una terapia de choque y sesiones de electrochoque, como le había sucedido a un adolescente llamado Lewis Allen Reed, para la música, Lou Reed.


    Portada del libro '1965 The Most Revolutionary Year in Music'.
    Basta con echar una ojeada al Top Hits de las listas americanas de ese año y algunos de sus números destinados a convertirse en himnos de la década de los sesenta: (I Can’t Get No) Satisfaction (The Rolling Stones); Mr. Tambourine Man ( The Byrds); Ticket To RideYesterday  y Help (The Beatles); Help Me Rhonda (Beach Boys) o You’ve Lost That Lovin’Feelin, la épica neorromántica del dúo The Righteous Brothers en su máxima expresión orquestada por Phil Spector. Hasta un creador como Bob Dylan, ajeno a las vicisitudes de las listas de éxitos, consigue que su "interminable" —sobrepasando los seis minutos— Like A Rolling Stone permanezca dos semanas en el número dos de la clasificación. La canción "encrucijada" del cantautor como señala el escritor Greil Marcus (Like a Rolling Stones. Bob Dylan en la encrucijada. Global Rhythm) refleja ese nuevo escenario que estalló con la carga de dinamita suministrada por las bandas de rock británicas.
    No solo el rock ejerce de motor en esa explosión de creatividad. Elsoul, el jazz y la música country viven también sus propios big bang. El sello creado por Berry Gordy, la Tamla Motown, consigue abrir una brecha para los artistas negros en las listas de éxito capitalizadas por los intérpretes blancos. Ha sonado la hora del soul para disfrute sin distinción de razas ni barreras: The Supremes, The Four Tops, Smokey Robinson and The Miracles, The Temptations, mientras la televisión refleja las brutales cargas de la policía contra los manifestantes en las marchas en protesta por la segregación racial en los Estados del sur. En el otro extremo del dial de la música soul, el sello Stax, Otis Redding edita ese mismo año una de las joyas de la música negra contemporánea, el álbum Otis Blues / Otis Redding Sings Blues, que incluye futuros clásicos como RespectI’ve Been Loving You Too Long o versiones irrebatibles de Satisfaction de los Stones o Wonderful World, del fallecido Sam Cooke.
    A principios de 1965 todavía no se han apagado los ritmos incendiarios que James Brown ha dejado a su paso por el The T.A.M.I Show, el festival juvenil retransmitido por la televisión y celebrado en el Santa Mónica Civic Auditorium de la ciudad de Los Ángeles. James Brown se sitúa en el año entrante como el alquimista de los futuros ritmos y caminos experimentales de la música negra: funk, música disco, hip-hop. Sus álbums Papa got a Brand New Bag y I Got You (I Feel Good) sirven de brújula. En otro territorio musical, el año 1965 será también el de la edición de uno de los trabajos más radicales e influyentes del jazz contemporáneo, A Love Supreme del saxofonista John Coltrane.

    El cantante James Brown.
    Frente a la invasión british de las listas americanas, The Beatles, The Rolling Stones, Herman’s Hermits, The Hollies, The Kinks, The Who —My Generation no alcanzará las mismas cotas que en las listas británicas— o una baladista de largo recorrido como Petula Clark, que se colaba en medio de la oleada pop-rock (Dowtown) la escena rock americana, con los Beach Boys en plena madurez artística, contraataca ese mismo año poniendo los cimientos del folk-rock. Bob Dylan ha agujereado el Festival de Newport con sus sonidos eléctricos y The Byrds, capitaneados por Roger McGuinn se llevan el gato al agua como abanderados de los nuevos ritmos promiscuos (Mr. Tambourine Man). Hasta un dúo extravagante como Sonny and Cher alcanzan el Everest musical con una composición de inequívocos ecos dylanianos, I Got You Babe.
    Ese mismo año, las listas de éxitos españolas se vestían de largo con los primeros éxitos pop a cargo de Los Brincos y Los Sirex. Una canción intranscendente, La chica ye-ye acabará convirtiéndose en un fenómeno social y sirviendo de vehículo —sin querer— a una generación juvenil que por primera vez dejaba de vestirse como sus padres; la canción de autor daba la bienvenida a un nuevo miembro y sensibilidad musical, Joan Manuel Serrat siguiendo los pasos de Raimon, y los dos conciertos de The Beatles en España, Madrid y Barcelona, ponían al franquismo al descubierto.