domingo, 17 de julio de 2016

El día que Pancho Villa invadió Estados Unidos

Pancho Villa

El día en que 

Doroteo Arango Arámbula 

invadió Estados Unidos

Hace un siglo, Pancho Villa sorprendió al mundo al atacar la localidad de Columbus. Una exposición en México revisa el insólito episodio

Jan Martínez Ahrens

México

Esa noche, Doroteo Arango Arámbula pudo haber elegido ser cualquiera de las personas que fue en su vida. El bandolero de cananas cruzadas, el general en retirada, el mujeriego impenitente, el albañil honrado e incluso el adolescente que se perdió en la oscuridad después de haber baleado al violador de su hermana. Pero en esa madrugada del 9 de marzo de 1916, bajo un cielo de frontera, decidió ser simplemente Pancho Villa e invadir los Estados Unidos de América.


A las 4.45, al mando de unos 500 hombres, atacó el pequeño pueblo de Columbus y el fuerte militar Furlong, en Nuevo México. La incursión, la única sufrida hasta aquel momento por Estados Unidos desde la guerra anglo-americana de 1812, abrió un capítulo histórico tan extraño como legendario en la relación entre ambos países. Para muchos fue un ataque sanguinario y brutal, obra del huracán de la venganza. Otros lo han ensalzado como un gesto de un heroísmo ciego y desbordado. También hay quien lo explica como el resultado de un cálculo frío. Posiblemente lo fue todo, porque algo de todo eso, vengativo, heroico y calculador, fue Pancho Villa.


Esa idea, al menos, es la que queda tras visitar la exposición temporal De vuelta a Columbus. La muestra, organizada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia con motivo del centenario de la incursión, se exhibe en un bellísimo y poco conocido rincón de la Ciudad de México: el antiguo Convento de Nuestra Señora de los Ángeles de Churubusco. Sus luminosos jardines y muros, de más de 400 años, acogen el Museo Nacional de las Intervenciones, dedicado exclusivamente a historiar las incursiones extranjeras en México.

En el caso de Columbus, el asalto no quedó sin respuesta. Mancillado el orgullo patrio, el presidente Woodrow Wilson puso en pie una expedición punitiva, con tanques y aviones, que llegó a tener 10.000 soldados. La encabezaba el general John J. Pershing, curtido en Cuba contra el ejército español y quien posteriormente comandaría las tropas estadounidenses en la Primera Guerra Mundial. El 15 de marzo de 1916, con la orden de capturar y ajusticiar a Villa, aquel ejército irrumpió en territorio mexicano. En sus filas iban dos jóvenes e implacables oficiales llamados Dwight D. Eisenhower y George Patton. Durante 11 meses vivirían una de las aventuras más singulares de sus existencias.


Villa no era un desconocido para los estadounidenses. Hombre de inteligencia natural, siempre fue consciente del poder de la imagen y él mismo, como después haría El Che Guevara, se encargó de cimentar su mito. En sus andanzas se rodeó de intelectuales y periodistas, como John Reed, y hasta rodó con Hollywood una película sobre su propia vida. Filmada con Raoul Walsh, la obra se estrenó en 1914 con éxito en Estados Unidos. Una fama que dos años después se volvió en su contra. “Villa fluctuaba entre dos extremos. Era una fuerza destructiva de la naturaleza y, por momentos, un ser sensible a las causas sociales. Para mí, Villa fue un justiciero. Pero un justiciero sangriento”, señala el historiador Enrique Krauze.




 
Miembros de la sexta infantería americana, atrincherados en 1916.


Los motivos que llevaron a Villa hasta Columbus forman parte de una intrincada discusión histórica que la exposición, con apoyo de documentos y fotografías, trata de apartar de las brumas épicas. En los días del ataque, el antiguo bandolero atravesaba uno de sus peores momentos. Años antes, en el torbellino inicial de la revolución, su lealtad a Francisco I. Madero y su genio militar le habían elevado al generalato. Admirado por su valor, en el cénit de su gloria había entrado a caballo junto con Emiliano Zapata en la misma Ciudad de México. Pero caído el Gobierno del tenebroso general Victoriano Huerta, los revolucionarios se disgregaron y la tormenta arreció.


Enfrentados al presidente Venustiano Carranza, los ejércitos de Villa fueron derrotados entre abril y junio de 1915 en El Bajío por el general Álvaro Obregón. Golpe a golpe, El centauro del norte fue retrocediendo hasta refugiarse en la agreste sierra de Chihuahua, al norte del país. Allí, diezmado y fugitivo, disolvió su legendaria División del Norte y la reorganizó en partidas guerrilleras. Fue durante aquel gélido invierno, cuando fraguó su ataque a Columbus. Frente a quienes han considerado la incursión una furibunda respuesta al respaldo de Estados Unidos a Carranza, la exposición fija como tesis un elaborado cálculo político del caudillo norteño.


El afiche con el que EE UU ofrecía recompensa por Villa.
El ataque buscaba que Washington respondiese precisamente como hizo: entrando en territorio mexicano. Una operación de alcance limitado que permitiría a Villa avivar el sentimiento nacionalista a su favor y situar a Carranza ante el erosionante dilema de permitir una impopular invasión extranjera o enfrentarse al poderoso gigante del norte. Junto a este ánimo provocador, la incursión también tenía como finalidad nutrirse de armamento y, de paso, vengarse del comerciante Samuel Ravel que, con apoyo de la inteligencia estadounidense, había vendido munición inútil a Villa.


“Desde el punto de vista militar, el ataque no puede considerarse un éxito. El pueblo de casas de madera quedó devastado por el fuego, pero su guarnición, el fuerte Furlong, apenas sufrió daños. Los espías se equivocaron y los villistas asaltaron las caballerizas”, afirma el comisario de la exposición, el profesor Pavel Navarro. Aunque hay dudas sobre las bajas villistas, Navarro calcula unas 70, frente a 27 en el bando estadounidense. Tampoco se logró una requisa importante de armas y animales. Pero su éxito en el terreno simbólico y político fue arrollador.


La incursión jugó desde el primer día contra Carranza y, a la larga, contra Washington. Los soldados de Black Jack Pershing ahorcaron a villistas, hicieron prisioneros, pero una y otra vez fueron burlados por el general rebelde. Su presencia, a medida que pasó el tiempo, se volvió más y más impopular hasta que estalló la chispa que les hizo descubrir el polvorín sobre el que se habían sentado. Fue en Parral (Chihuahua). El mayor Frank Tompkins, desoyendo a los oficiales carrancistas, condujo su columna hasta el centro de la ciudad. Al principio no hubo resistencia, pero una joven profesora, Elisa Griensen Zambrano, decidió plantar cara y, acompañada de un grupo de estudiantes de primaria, se enfrentó con un valor rayano en la locura a las tropas gringas y las conminó a marcharse. Su acción prendió el pueblo. Armados de palos, piedras y algún que otro rifle, la súbita revuelta popular puso en fuga a los estadounidenses.


La profesora Elisa Griensen Zambrano.
El episodio, del que existen tantas versiones como leyendas, hizo vibrar la campana del orgullo mexicano y enfrentó a Washington y al presidente Carranza a sus demonios. La relación entre ambos, con una posible revuelta social de por medio, se tornó insostenible. Carranza empezó a presionar a Wilson para lograr la retirada. En este escenario se sumaron dos factores explosivos. Estados Unidos descubrió que Alemania, en plena Guerra Mundial, trataba de ganarse a México como aliado. Y Villa, a quien muchos habían dado por muerto, reapareció cabalgando a lomos de la leyenda después de permanecer tres meses oculto en una cueva de la Sierra Madre. La expedición punitiva hacía aguas. Un sangriento enfrentamiento en Carrizal, esta vez con militares oficialistas mexicanos, la puso la picota. El 5 de febrero de 1917, el mismo día en que se promulgaba la Constitución mexicana, las tropas estadounidenses salieron del país.


Ese fue el final del ataque a Columbus. El general mexicano aún viviría aventuras memorables antes de caer emboscado el 20 de julio de 1923 en Parral, la misma ciudad que había expulsado a las fuerzas de Pershing. Al morir, Pancho Villa, nacido Doroteo Arango Arámbula, tenía 45 años. 12 balazos y un tiro de gracia le abrieron la tumba.

EL PAÍS



sábado, 16 de julio de 2016

Florencia Kirchner atesora 4,6 millones de dólares en cajas de seguridad

Florencia Kirchner atesora 4,6 millones de dólares en cajas de seguridad

La justicia ordena la apertura de los valores de la hija de la expresidenta Cristina Fernández en una causa que investiga el patrimonio familiar


Buenos Aires

Florencia Kirchner, la hija de 26 años de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, guardó algo más de 4,6 millones de dólares en dos cajas de seguridad situadas en la casa matriz del Banco Galicia en la capital argentina, Buenos Aires. El juez federal Julián Ercolini ordenó abrir las cajas para corroborar si la cantidad coincidía con la declarada por la expresidenta, investigada en la llamada causa Hotesur, un expediente que rastrea el origen de su patrimonio y el de sus dos hijos.
Fue Florencia Kirchner quien pidió la apertura para terminar con lo que llamó “un show mediático”, iniciado tras la denuncia de una diputada por supuestos “movimientos sospechosos” en las cuentas bancarias de la familia. La Gendarmería abrió entonces las cajas, contó el dinero y volvió a guardarlo. La imagen de los fajos, muchos de ellos con el termosellado de la Reserva Federal estadounidense, se publicó enseguida en los medios argentinos. El abogado de los Kirchner, Carlos Beraldi, fue testigo del procedimiento e informó en un comunicado de que la cifra hallada coincide con lo que había declarado tener Florencia Kirchner, heredera de parte de la fortuna de su padre Néstor, que falleció en 2010.
Las cajas de seguridad de Florencia Kirchner abiertas por la Justicia
El juez pide ahora al Banco Galicia que entregue todas las constancias de apertura de las cuentas de Florencia, “con la delimitación de todas las personas autorizadas para operarlas, y todas las constancias históricas de extracción de dinero en efectivo vinculadas con éstas”. El fiscal Gerardo Pollicita, al frente de la investigación, pidió además el embargo de las dos cajas de seguridad y de casi 875.000 dólares depositados en cajas de ahorro a nombre de la joven. Su madre ya tiene embargados sus bienes por otra causa, conocida como “dólar futuro”. En este segundo caso, la justicia investiga una operativa del Banco Central argentino en la que se causó un perjuicio millonario al Tesoro Nacional.
Cristina y Florencia Kirchner en una foto de archivo. AP
Las cajas de seguridad de Florencia están en el punto de mira tras la denuncia de la diputada Margarita Stolbizer (Partido GEN), querellante en varias de las causas abiertas contra la expresidenta. La legisladora pidió a la justicia que investigase si la familia Kirchner realizó “movimientos sospechosos en las cuentas bancarias y en diferentes cajas de seguridad no declaradas”. “Estamos hablando de, aproximadamente, cinco millones de dólares que nunca fueron declarados ni por la expresidenta ni por su hijo Máximo [diputado nacional]”, señaló la diputada.

Stolbizer, “ignorante”

Cristina Fernández negó la acusación y tildó de “burra” e “ignorante” a Stolbizer. El cruce reveló que la expresidenta dolarizó todos sus ahorros, una decisión financiera que atribuyó a la desconfianza que le produce la política económica de su sucesor, Mauricio Macri. “No sé qué va a hacer esta gente con la economía”, afirmó Kirchner. En un escrito presentado ante la justicia, la expresidenta dijo que había guardado el dinero en dos cajas de seguridad abiertas por su hija Florencia en el Banco Galicia y en una caja de ahorro, por un total de algo más de 4,6 millones de dólares. La cifra coincide con la encontrada por el juez.
Stolbizer afirma que el hallazgo confirma sus denuncias. “El dinero que tenía Florencia Kirchner es una exhibición obscena cuando miles de familias no tienen dinero para comprar una vivienda. Los Kirchner le han hecho mucho daño al país, gobernaron Argentina en el momento de mayor crecimiento económico y dilapidaron nuestras riquezas y se ocuparon de construir un sistema ilegal de enriquecimiento personal. Hay que contar la verdad del saqueo”. Stolbizer se verá con Kirchner el 10 de agosto, cuando participará de una mediación en una denuncia por daños y perjuicios que la expresidenta interpuso contra ella.

La herencia recibida

Tras la difusión pública de las fotos del dinero encontrado en el allanamiento judicial, Florencia Kirchner dio su versión sobre el origen. En un largo mensaje que subió al muro del Facebook de su madre, dijo que los dólares son producto de la herencia que recibió de su padre, Néstor Kirchner, y la cesión que más adelante realizó a su favor Cristina Fernández. "Amaría tener a mi padre y no tener que estar hablándoles hoy de ninguna sucesión. Pero mi realidad es esta. Solicité que las abran de inmediato porque no tengo nada que ocultar. Y así quedaba una vez más en claro con la transparencia que nos hemos manejado siempre", escribió.
La joven también criticó la cobertura mediática del caso. "Leía por ahí ¡Encontraron tantos millones en las cajas de Florencia…' Nadie encontró nada. El dinero que está en las cajas de seguridad, es el mismo dinero que estaba declarado. Por lo que se verificó como cierta mi declaración y falsa la de [la diputada] Stolbizer" , dijo Florencia Kirchner.

EL PAÍS

 

viernes, 15 de julio de 2016

Péter Esterházy / El húngaro que sonreía

Péter Esterházy

Péter Esterházy

El húngaro que sonreía

El escritor húngaro Péter Esterházy murió ayer a los 66 años

Juan Cruz
15 de julio de 2016

El caso de Esterhàzy, que acaba de morir en Budapest a los 66 años que cumplió en abril, era muy especial. Se reía (y se sonreía) de su sombra, que venía de un árbol plenamente aristocrático (lo describió en Armonía celestial, Galaxia Gutenberg, 2003) y de la mancha principal de su país en el siglo XX, el estalinismo y su comunismo intrínseco (descrito en Pequeña pornografía húngara, Alfaguara, 1992).


En Armonía celestial era ya el autor maduro, capaz de afrontar el pasado, hasta el siglo XVII, como si fuera hoy, y en Pequeña pornografía húngara era el autor que sonreía, y se reía, ante el espectáculo increíble de aquel comunismo de pacotilla que aún no había entregado la cuchara y que él afrontó con el humor que despertaban sus astracanadas.


Cuando, en 2004, con Armonía celestial aun caliente, recibió el premio de la Paz de los libreros alemanes, en la Feria de Francfort, se rio de la solemnidad del tiempo que vivíamos entonces, pero se puso serio ante una sola cosa: la guerra que había sonado con toda su tragedia y malaventura, en Irak, propulsada, como se ha confirmado ahora, por dirigentes fanáticos de sí mismos que pusieron al mundo en la vía del desastre que ahora anochece sobre Francia y sobre Europa.

Allí, ante aquel auditorio de intelectuales y libreros y políticos, aludió al hecho que estalló en Irak: “Sólo una línea: de siempre admiro a Estados Unidos, estoy contra de la guerra. Punto final”.


Era delicado, como su silencio sonriente. De entre los escritores que he conocido no fue solo el más sonriente (con Onetti, con Borges), sino el más solícito, el más tranquilo; su vecindad no era el ego, sino la broma, la amistad que partía de sus ojos grandes y claros. Su geografía humana estaba presidida por un pelo alborotado y bello que se peinaba con las manos como si estuviera describiéndolo.


Le gustaba el fútbol, porque en su familia aparte de aristócratas hubo también futbolistas; de la estirpe de Kubala, que era un tema de conversación cuando vino a Madrid en 1992, y cuando lo vimos varias veces en Fráncfort, en los bares chiquitos de aquellos hoteles. Esterhàzy tenía la preocupación del estilo en el fútbol, pero también en la vida. Elegante siempre, no se burló de lo serio sino de lo solemne. Aquel día en que recogió el premio de los libreros alemanes habló de la pena de Europa, que no había hecho los deberes en el siglo XX, lleno de sangre, y que inauguraba el siglo XXI (en ese entonces), sin sentimiento, sin energía.


En el Este los problemas se habían metido bajo la alfombra (“y ahora ni siquiera tenemos alfombra, nos la robaron los comunistas”) y en el resto de Europa se habían escondido los problemas, directamente, porque pareció que el único problema era castigar a Alemania por Hitler, así que “las cuentas con el pasado” no las hicimos todos, las hicieron, tan solo, los alemanes.


Parecía un pianista, un tipo que hubiera convivido con Beethoven… y con Kubala; había en él una armonía (una armonía celestial, probablemente) que se acentuó con el tiempo, aunque el tiempo pulió su rostro, lo hizo más terso, menos muchacho, más adulto. Pero ni ese contratiempo que finalmente lo venció le quitó la sonrisa con la que llegaba a los países (a España, por ejemplo) como si no tuviera que hablar para hacerse entender.


La sonrisa, la risa, eran su arma; su literatura fue, además, el alma de su casa y de su patria.

EL PAÍS



domingo, 10 de julio de 2016

Eduardo Cote Lamus / Elegía a mi padre


Alcaparral, montañas de Pamplona
15 de septiembre de 2008
Fotografía de Triunfo Arciniegas
Eduardo Cote Lamus
ELEGIA A MI PADRE

                                                                                                                       A mis hermanos

Una vez tendido le dio por morirse como
antes le había dado por vivir,
por talar los eucaliptos y hacer la casa
y se echó a morir porque sabía
que de esa no pasaba.

Acaso, cuando los bueyes se cansaron
de arar, ¿no se había puesto alguna vez
en la nuca y en los hombros la coyunda?
Y la tarea quedó cumplida mucho antes
que la sombra, ya que las estrellas.
Tenía que terminar también su asunto
a cabalidad y como fuera.

En su mano derecha la firmeza
como empuñando un arma
o dirigiendo el surco o trazando
el círculo de su vida, cerrado,
arbitrario, pero tan propiamente suyo
como el bastón de tosco palo,
como el sombrero o los zapatos
o la ropa que llevaba, que ya era suya,
hecha por él, como sus actos.

Su mayor riqueza consistía en ver los potros
galopar libres bajo en ancho cielo
o enlazar alguno con certero silbo,
marcarle el anca y darle nombre,
un nombre fácil: Cascofino, Dulcesueño, El Palomo,
Enjalmar la mula, hablar de las heladas.

La tierra vino a él más no en su ayuda.
Y decía palabras, preguntaba
por amigos que allí no se encontraban
y de sus brazos que iban y venían
como alentando el fuego del herrero
de su propia existencia, le caía
fuerza, sudor como yunques, dominio;
desde sus abrazos le caían los días
que vivió, uno a uno, a borbotones.

Pero murió porque le vino en gana,
porque tenía que hacer del otro lado
junto con su mujer, la que le tuvo
los días listos para su trabajo,
dulzura en la mañana, el pan servido
al alcance del corazón, la ventana abierta
cuando volvía hecho trigo de los campos.

Yo no te cuento pero debo contarte:
te llevamos a una casa con amigos
del alma, te acompañamos, ya lo sabes,
y al otro día tuviste tres entierros
como te correspondía: en la mañana
te llamabas más Pablo aún, respondías
más a tu nombre: eras silencio.

Por el aire te pusimos en las manos
de otros recuerdos, y tu tierra era entonces
tan cercana. Río arriba, entre los climas,
te nos hiciste piedra en el pecho,
te nos ibas hundiendo pecho adentro
porque tú estabas en él y te nos ibas.

Entraste a Pamplona como si lo hubieras hecho
a caballo: tomamos el potro de las bridas
y descabalgaste igual que siempre, entre cipreses.

Como estabas muy alto tus hermanas
no podían verte y una de ellas trajo una banqueta
sobre la que subieron y te llamaron Pablo Antonio,
te nombraron paulatinamente Pablo entre las lágrimas.

Pero estabas de espaldas como un río.
En la cuesta tu cuerpo se hizo plomo:
poco después el peso fue liviano
como si hubieras tú metido el hombro
y te llevaras a enterrar tú mismo.

Te colocamos con cuidado, con flores, con ternura.
Yo creo que tenías entre tus manos
una cuerda y un trompo y una espiga
y un rumor de mucho cielo en tus oídos.

Sabes muy bien lo que te cuento
pero te lo digo. Estaban
con el sombrero en la mano
a pesar de la llovizna
todos los que te querían:
el que te venía la carne,
el que te compraba el trigo
y el hombre de azadón que respetabas.

¿Hallaste allí la paz? es mi pregunta.
Mas yo no debo preguntarte nada.
Tú no querías la paz sino la dura
tierra para sembrar, el aire para
vencer con los árboles, cosas difíciles.

Viejo campesino. Padre mío,
en palabra y en acto igual que el hierro:
tan de una vez, tan para siempre:
viejo de a caballo, viejo macho.

Pablo eras no más y Pablo somos.
Padre, qué poco Antonio te llamabas.





domingo, 3 de julio de 2016

Cesare Pavese / Vendrá la muerte y tendrá tus ojos




Cesare Pavese

VENDRÁ LA MUERTE 
Y TENDRÁ TUS OJOS

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos
esta muerte que nos acompaña
de la mañana a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un vicio absurdo. Tus ojos serán una palabra vana,
un grito callado, un silencio
Así los ves cada mañana
cuando sobre ti misma te pliegas
frente al espejo. Oh querida esperanza,
ese día sabremos también nosotros
que eres la vida y eres la nada.

Para todos la muerte tiene una mirada.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como dejar un vicio,
como ver en el espejo
resurgir un rostro muerto,
como escuchar un labio cerrado.
Descenderemos mudos al abismo.



Cesare Pavese
Verrà la morte e avrà i tuoi occhi


Verrà la morte e avrà i tuoi occhi

questa morte che ci accompagna
dal mattino alla sera, insonne,
sorda, come un vecchio rimorso
o un vizio assurdo. I tuoi occhi
saranno una vana parola,
un grido taciuto, un silenzio.
Cosí li vedi ogni mattina
quando su te sola ti pieghi
nello specchio. O cara speranza,
quel giorno sapremo anche noi
che sei la vita e sei il nulla.

Per tutti la morte ha uno sguardo.

Verrà la morte e avrà i tuoi occhi.
Sarà come smettere un vizio,
come vedere nello specchio
riemergere un viso morto,
come ascoltare un labbro chiuso.
Scenderemo nel gorgo muti.
Cesare Pavese, Verrà la morte e avrà i tuoi occhi, 1951






jueves, 16 de junio de 2016

Hebe Uhart / Mi nuevo amor




Hebe Uhart

Mi nuevo amor

Tengo un amor nuevo y con él aprendí muchas cosas. Por ejemplo, los límites. Tantos años de ir a lo del psicoanalista para escucharlo repetir siempre: “Pero usted se tira a la pileta sin agua”. A mí esa frase me producía consternación, porque una pileta sin agua es de lo más triste que hay. O si no, me decía: “Hágase valer, usted tiene una imagen muy deteriorada de sí misma, usted es inteligente, es creativa”. Eso a mí me daba como un destello de valor por un momento y después me sonaba a consuelo, como cuando alguien presenta a otra persona a un tipo o una tipa impresentables y para arreglarlo dicen: “es historiador” o “viajó a Tánger”, y como yo creo que lo que siento es verdadero amor, no necesito ni ser linda ni ser creativa ni viajar a Tánger: él me quiere por lo que soy. Y no le importa si soy un poco vieja, porque es como que no registrara esas cosas: para mi asombro me quiere sin condiciones. Con él aprendí la expresión de la mirada, que vale por mil palabras: no me asusta si en sus ojos veo una pizca de odio; sé que no es hacia mí como yo suponía antes, o tal vez el análisis anterior haya hecho efecto a posteriori; de pronto uno puede tener una pizca de odio en los ojos por cosas que recuerda, motivos privados. Yo sé con él cuándo debo acercarme porque no es violento para el rechazo y así —y a eso siempre lo consideré una prueba de convivencia que alabaría el analista— podemos estar cada uno en su habitación, pensando en nuestras respectivas cosas sin necesidad de perturbar preguntando “¿qué estás haciendo?” para joderse las paciencias mutuamente. Con él me ha surgido una femineidad insospechada, porque ante su sencillez —es de hábitos regulares y desea cosas simples— he depuesto toda rivalidad o competencia. Compartimos esa cualidad neutra que posee el tiempo después de cierta edad, en que no hay días terribles ni fiestas luminosas, porque los días se enlazan en el comer, dormir, trabajar y ver un poco de televisión.
 
Eso sí, él televisión no mira. A la noche, para separar un día de otro, nos frotamos la frente. Los únicos problemas vendrían a ser la dieta y una sola costumbre que no me gusta, porque es muy delicado en general: sólo come carne picada y se rasca las pulgas delante de la gente.