Anaïs Nin: ¡patria de la entrepierna o muerte!
Anaïs Nin es para muchos un monstruo, no de las letras, sino de la depravación sexual, y no les falta anecdotario para sostener sus argumentos, anecdotario que por otro lado ella se encargó de llevar eficazmente a sus diarios y novelas. Lo que incluía, entre otros avatares, desde mantener una relación tripartita con el escritor Henry Miller y la mujer de éste, June, una ex prostituta que la iniciara en los deleites del voyeurismo y las relaciones lésbicas, hasta enamorarse y llegar a tener sexo con su propio padre, el músico cubano Joaquín Nin, quien la abandonaría a ella y a su madre, la cantante cubana Rosa Culmell, de origen franco-danés, cuando contaba sólo 11 años de edad.
La verdad es que sí es un monstruo, pero no de la depravación sexual, sino de las letras. O, mejor, es un monstruo de la depravación sexual para devenir un monstruo de las letras. Digamos que vive una intensa, compleja vida sexual para más allá del disfrute, obvio, tampoco es que fuera de piedra, poder dotarse de la materia prima con la cual construir sus textos y, por supuesto, los eventos que nos narra son sexuales, pero no se queda en la mera mecánica de lo sexual, sino que la autora asciende por la cuerda de lo filosófico, del autoconocimiento y la búsqueda espiritual.
Así, en Incesto: Diario no expurgado, 1932-1934, escribe al inicio, 23 de octubre “... y entonces comprendo cuánto me he distanciado del lesbianismo, y cómo es que sólo la artista en mí, la energía dominante, se abre para fecundar a las mujeres hermosas en un plano que es difícil de aprehender y que no tiene la menor relación con la actividad sexual corriente. ¿Quién creerá la magnitud y la dimensión de mis ambiciones cuando perfumo la belleza de Ana María con mi sabiduría” (...) “cuando la domino y la seduzco para enriquecerla y crearla? ¿Quién creerá que dejé de amar a June cuando descubrí que destruye en lugar de amar? ¿Por qué no conocí la dicha cuando June, esa mujer espléndida, se hizo pequeña entre mis brazos, me mostró sus temores, su miedo de mí y de la experiencia”?
La reconocida escritora cubana exiliada en París, Zoé Valdés, entrevistada en exclusiva para este trabajo declaró que “... Cuando en París, en 1984 compré los 3 tomos de sus Diarios, quedé fascinada con el personaje, todavía más, porque amo a aquellos escritores que hacen de todo, de absolutamente todo lo que les sucede, de todo lo que viven, una obra artística, todo lo convierten en arte y en literatura. Era el caso de Anaïs Nin. Y luego, las historias secretas con su padre, con su hermano, que están en el libro Incesto, así como sus relaciones adúlteras, todo era fabuloso, de una gran elegancia, e inteligencia” (...) “Leí Delta de Venus en 1980, en francés, en La Habana, y para mí fue una revelación, porque no sólo era la parte complementaria de lo que había leído de Henry Miller, además me fascinó leer las descripciones eróticas mezcladas con las fabulaciones de una ciudad, en muchos casos la de París. A partir de ahí me hice adicta a Anaïs Nin, buscaba todo lo que tuviera que ver con ella, por cierto, ella misma ha declarado (los videos yo los puse en mi blog), que ella no nació en Cuba, o sea, que el hecho de que se diga que ella nació en Cuba es una falsedad total, que ella misma niega... En los años ochenta, a mediados, regresé con los libros a La Habana, desde París, iba vestida como una mujer de los años veinte, con trapos viejos comprados en los Pulgueros, y sombreritos hasta las cejas. No puedes imaginar las cosas que me gritaban en las calles habaneras, pero yo iba orgullosa, haciéndole un homenaje silencioso a esa gran escritora, que ha sido más valorada por sus travesuras sexuales, que por la gran travesía literaria que significa su escritura”.
A los 19 años Anaïs consigue un trabajo como modelo y bailarina de flamenco y se casa en La Habana, Cuba, con el banquero Hugo Guiler, con el que se marcha a París. En 1930 publica su primer libro, un ensayo sobre D. H. Lawrence, y un año después conoce a Henry Miller, quedando ambos mutuamente admirados, iniciando una correspondencia apasionada. Ha existido cierta controversia en relación con la cubanidad de la escritora pues algunos, como ha declarado Zoé, repiten la falsedad de que nació en la isla, mientras otros, muy ortodoxos, aseguran que ser hija de cubanos, o de padres de origen cubano, nacida en Neuilly, Francia, 21 de febrero de1903, y muerta en Los Ángeles, EE. UU, 14 de enero de 1977, no bastaría para darle las credenciales de cubana, credenciales que sí le daba, por cierto, el habanero y Premio Cervantes de las Letras, Guillermo Cabrera Infante. Digamos que quizá en lo dicho por Cabrera Infante pesaba el que Anaïs Nin tenía tanto derecho a ostentar, en caso de que ese hubiese sido su deseo, su condición de cubana como pudieran hacerlo, y muchos así lo hacen, los hijos y nietos de cubanos nacidos en Miami o Nueva York. Además de que ella vivió buena parte de su infancia y adolescencia entre La Habana, Barcelona y Nueva York. Sí ello no bastará, sería bueno tener en cuenta lo que escribió Anaïs Nin, Diario VI, 1955-1966, página 385, en referencia a lo ocurrido en Cuba bajo el régimen comunista de Fidel Castro: "Algunas veces pienso en las cosas que los muertos hubieran odiado ver si todavía viviesen, y me siento agradecida por su muerte. Por el bien de mi madre, me alegro de que no viera la revolución cubana".
En París conoce a Antonin Artaud, a Moricand, a Lawrence Durrell, y a su amante Henry Miller y, sobre todo, se sumergirá en el dolor y el placer, mojaría su pluma, su psiquis y su pluma, en la fuente de los fluidos corporales de los unos y de las otras para así escribir unas páginas que resuman vida, pero por supuesto no una vida normal, una vidita de andar por casa en pantuflas, nada de eso. Ella declaró: “Me niego a vivir en el mundo ordinario como una mujer ordinaria. A establecer relaciones ordinarias. Necesito el éxtasis. Soy una neurótica, en el sentido de que vivo en mi mundo. No me adaptaré a el mundo. Me adapto a mí misma”. Por lo que quizá Nin se ubicaba, consciente o inconscientemente, en la órbita del pensamiento de los gnósticos, principalmente del Maestro Carpócrates, que allá por los primero siglos del cristianismo proclamaban que el mundo era la obra de un demiurgo cruel y chapucero, que ellos estaban en este mundo pero que no eran de este mundo, y que la mejor manera de escapar de este mundo, de la rueda ciega de la trasmigración de las almas, era mediante la entrega a todos los excesos posibles, cometer todos los pecados habidos y por haber, apurar los placeres y la experiencia toda hasta las mismas heces, de manera que el alma ahíta de satisfacción no tuviese el más mínimo deseo de regresar a la tierra; sexo como salvación, sexo o muerte. Anaïs Nin escribió: "Cualquier forma de amor que encuentres, vívelo. Libre o no libre, casado o soltero, heterosexual u homosexual, son aspectos que varían de cada persona. Hay quienes son más expansivos, capaces de varios amores. No creo que exista una única respuesta para todo el mundo".
Respecto a los intentos de un peruano izquierdista que quiere iniciarla en el marxismo, Nin escribió: "Gonzalo tiene fe en que el marxismo arreglará el mundo. Me pidió que mecanografiara algunos sobres sobre propaganda para la España republicana. No puedo compartir con él su fe. Me parece utópica e ingenua. Ahora quiere celebrar una reunión en mi barco-vivienda, junto a Pablo Neruda y Cesar Vallejo. Han invitado a todos los hispanoamericanos. Anais, ¡Ve a alquilar sillas para todos los conspiradores! Parecen decirme. No he dejado de ser consciente del drama político que se desarrolla y no he tomado partido porque para mí la política, sea la que sea, me parece podrida hasta el fondo, basada en lo económico en lugar de basarse en lo humanitario. Contra el odio, el poder y el fanatismo, los sistemas y los planes, yo pongo el amor y la creación, una y otra vez, a pesar de la locura del mundo". Nada de salmodia marxista, la escritora se dedica a permearse de esta época dorada en la ciudad de París llena locura, sexo, arte y vino, buen vino como ha de ser, y la vierte en su libro Henry y June, libro que después sería llevado al cine por Philip Kaufman.
Hay que decir que aunque emigró a Estados Unidos en 1939, donde se convierte en la primera mujer que publica relatos eróticos, con su libroDelta de Venus, y que después fue reconocida al punto de que actualmente los manuscritos originales de sus diarios, que constan de 35 mil páginas, se encuentran en el Departamento de Colecciones Especiales de la UCLA, Universidad de California en Los Ángeles, lo cierto es que durante mucho tiempo fue desatendida como escritora en este país y ningún editor se interesó en la publicación de sus obras, al extremo de que se vio precisada a imprimir sus libros por su cuenta, para lo cual instala, en un estudio de la Macdougal Street, en New York, una rústica imprenta en la que edita sus textos y los de sus amigos.
Para los ya establecidos en el mundo literario norteamericano, Nin no era más que una extrajera que escribía en inglés, y por lo mismo ella nunca perdonó a Truman Capote, Tennessee Williams, Gore Vidal y Djuna Barnes el no haberla tomado en cuenta como escritora. Después, claro, cuando se publican sus diarios y tiene éxito comenzaron las cenas, las galas y la adulación de los que antes la despreciaban. Los diarios, además de documento notarial y visceral, constituyen un fresco por el cual desfilan los intelectuales y artistas más famosos de su época, desde Dalí y Gala, hasta Carpentier y Chaplin, entre otros.
En la introducción al libro Incesto: Diario no expurgado, 1932-1934,el albacea de Anaïs Nin, Rupert Pole, asegura: “Es entonces, a los 11 años, que Anaïs comienza su diario bajo la forma de cartas a su padre” (...) “A diferencia de su madre y hermano, Anaïs se niega a juzgarlo” (...) “Se ha propuesto “descubrirlo”. La relación es en cierto modo tragicómica: el padre trata de seducir a la hija creyendo coronar así su carrera donjuanesca; pero Anaïs actúa bajo el consejo de su psiquiatra (y amante), doctor Otto Rank, que consiste en seducir a su padre y luego dejarlo como castigo por haberla abandonado de niña”.
Por otro lado, la autora de la Nada cotidiana asegura en ese sentido que: “Yo conocí a su hermano, tengo cartas suyas, una de ellas la publiqué en el blog. Joaquín Nin Culmell era de una elegancia soberbia, gran músico, como su padre. Pues él me dijo, lo que suele ocurrir en esos casos, que la historia del incesto estaba sólo en la imaginación de Anaïs, en sus novelas, pero que eso no había sido cierto, que no había ocurrido”.
Hay en Anaïs una indudable maestría para narrar no ya los actos sexuales, sino la amalgama de sus relaciones en uno u otro sentido, los sentimientos, las emociones y pulsiones que derivan de la práctica de dichas relaciones entre los individuos implicados, por lo que su pluma deviene en una especie de escalpelo que ahonda en la llaga de las relaciones humanas y, así, en Incesto, en 16 de noviembre, narra como su amante June accede a la eliminación de los celos primitivos y ofrece en ese sentido la suprema prueba al permitir el amor de Henry por Anaïs y el de Anaïs por Henry, para a continuación describir un encuentro entre ambas “... June se tendió sobre la cama sin quitarse el vestido. Empezó a besarme, mientras me decía: Eres tan pequeña, tan pequeña” (...) “quiero ser como tú” (...) “Nos besamos con pasión. Adapté mi cuerpo contra cada curva del cuerpo de June, como si me fundiera en ella. Gimió. Me abrazó y fue como si me rodeará una multitud de brazos” (...) “Perdí toda conciencia en ese lecho de carne. Nuestras piernas desnudas se entrelazaron” (...) “Yo debajo de June, ella debajo de mí...”
Entonces parecería que pocas obras literarias exploran la complejidad de la vida amorosa de una mujer con tanta exactitud, no exenta de dolor, sutileza, minuciosidad y fluir de lo inconsciente como lo hace Anaïs Nin en sus escritos. Luego habría mucho que agradecer en occidente a la monstruosidad de esta escritora, sobre todo teniendo en cuenta lo acostumbrados que habíamos estado a que, locura de locuras, la vida amorosa de las mujeres, y, más que nada, la parte sexual de la vida amorosa de las mujeres, nos fuese dada, contada, descrita nada menos que por los hombres. Una escritora que, por otro lado, fue pionera de la postmodernidad no ya por la existencia que ostentó y los temas que trató, sino también por las circunstancias de su origen y desenvolvimiento a medio camino entre París, La Habana, Barcelona, Nueva York y Los Ángeles, circunstancias más propias del cosmopolitismo y la transnacionalidad de lo que ahora hemos venido a conocer como aldea global que de las férreas demarcaciones de lo nacional-geográfico que primo en su época, esa que parió dos guerras mundiales y dos totalitarismos concentracionarios, monstruos, estos sí, hijos no de lo irracional femenino en el disfrute de los cuerpos, sino de lo racional masculino en la destrucción de los cuerpos.
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