Ilustración de Alekos |
Triunfo Arciniegas
14
ADONAY
ADONAY
Los hombres buscaban el rastro de Adonay en secreto.
Olían como perros las orillas del río. Escarbaban la tierra hasta lastimarse las manos, saboreaban la hierba y maldecían tanta desolación.
No decían nada en casa. Fingían dormir, estremecidos por el canto, y no decían nada. Les dolía el pecho de tanta ansia.
Se alejaban de casa, atormentados, y bebían en las cantinas hasta perder la cordura. Se ofendían, se golpeaban por cualquier motivo, y se dormían como animales sin dueño a la orilla del camino. Las mujeres los tocaban con la punta del pie para saber si habían muerto.
Cada hombre pensaba que era él a quien ella estaba buscando.
Olían como perros las orillas del río. Escarbaban la tierra hasta lastimarse las manos, saboreaban la hierba y maldecían tanta desolación.
No decían nada en casa. Fingían dormir, estremecidos por el canto, y no decían nada. Les dolía el pecho de tanta ansia.
Se alejaban de casa, atormentados, y bebían en las cantinas hasta perder la cordura. Se ofendían, se golpeaban por cualquier motivo, y se dormían como animales sin dueño a la orilla del camino. Las mujeres los tocaban con la punta del pie para saber si habían muerto.
Cada hombre pensaba que era él a quien ella estaba buscando.
Adonay no cantaba para nadie sino para ella misma. Cantaba porque no soportaba el impulso de su propio canto. Cantaba y su corazón se agitaba como un potro.
Pero los hombres no entendían y seguían buscando por las orillas.
Más allá del agua, invisible, como desde el otro lado del espejo, Adonay los veía con lástima infinita.
Más allá del agua, invisible, como desde el otro lado del espejo, Adonay los veía con lástima infinita.
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