De izquierda a derecha Arturo Ripstein, Silvia Pinal, José de la Colina, Alberto Gironella y el sacerdote Julián Pablo. / SÁSHENKA GUTIÉRREZ (EFE) |
Buñuel y sus ‘cuates’ mexicanos
Los amigos y conocidos del cineasta conmemoran los 30 años de su muerte dando inicio a un ciclo de actividades en su memoria
Su antiguo hogar será una residencia de acogida de artistas, un centro de estudio y un lugar de encuentro del cine latinoamericano
Desde los años cincuenta el hogar mexicano de Luis Buñuel (Calanda, Aragón, 1900) fue el escenario de grandes reuniones de artistas, discusiones apasionadas y encuentros insólitos en los que no faltaba el dry Martini, el coctel Buñueloni y sobre todo, mucho sentido del humor. Coincidiendo con el 30° aniversario de su muerte, el gran caserón de la calle de Félix Cuevas (en la Colonia del Valle, al sur de México DF) ha comenzado su andadura como centro de estudio y residencia de artistas. Para celebrar su figura, el Ministerio de Cultura de España y el Instituto de la Cinematografía y las Artes Audiovisuales (ICAA) invitaron el lunes a varios amigos del cineasta que recordaron su figura y releyeron sus memorias. Cuando cayó la noche muchos de ellos continuaron celebrando la memoria de Buñuel a su manera: entre vinos, tapas y risas.
“Era un cabrón de mucho cuidado, pero un cabrón genial y entrañable”, resumió uno de sus viejos amigos
Actualmente el recinto amurallado es escenario de dos talleres de cine de la mano de la programadora y docente Garbiñe Ortega (Vitoria, 1981) y el cineasta Jonás Trueba (Madrid, 1981), que además tuvieron el privilegio de ser los primeros residentes en la casa del aragonés. La tarde del lunes ambos moderaron un debate en torno a la figura del calandino en el que participaron figuras míticas del cine mexicano como Silvia Pinal -actriz en tres de las grandes obras de Buñuel: Viridiana (1961), El ángel exterminador (1962) y Simón del desierto (1964)-, el director Arturo Ripstein -El castillo de la pureza, 1972; El lugar sin límites, 1977- y otros conocidos del aragonés, como el escritor José de la Colina, el fotógrafo Gabriel Figueroa o el actor Xavier Loyá. Todos evocaron con cariño su figura y recordaron anécdotas de su amistad. “Ahora resulta que todo el mundo es íntimo de Buñuel”, comentó Ripstein, “yo solo puedo decir que tuve el privilegio de que me dejara entrar en esta casa muchas veces”.
“Conocí a Luis cuando aún no tenía éxito, porque lo que hacía no era comercial, pero eso no me importaba: yo quería trabajar con él como fuera”, contó entusiasmada Silvia Pinal, “por eso le presenté a Gustavo Alatriste, quien sería su mecenas por mucho tiempo. Todos los mexicanos debemos estar muy agradecidos por todo lo que nos quiso y lo que hizo por nosotros”.
“El estaría feliz de vernos aquí reunidos, dando vida a esta casa y brindando a su salud” dijeron algunos en el coctel de bienvenida, “y también echaría a patadas a unos cuantos”, comentaron otros, “porque no le gustaba nada el politiqueo”. Los eventos póstumos de un artista fallecido tienden a confeccionar un retrato sin matices, una enumeración de las bondades y las virtudes del sujeto en cuestión. Pero en el caso de Luis Buñuel, tan entrañable como feroz, tan ilustre como abiertamente intolerante, salta a la vista que ningún acto oficial puede ser espejo de su figura. “Era un cabrón de mucho cuidado, pero un cabrón genial y entrañable”, resumió uno de sus viejos amigos.
Tras un larguísimo periodo de tres años y 385.000 euros de presupuesto de parte del Ministerio de Cultura de España, parece que por fin la casa de Buñuel va a cobrar vida. El secretario de Cultura, José María Lasalle, dio inició “oficialmente” a las actividades programadas en el hogar del artista: “Ojalá Buñuel se anime a venir por aquí a menudo y nos ayude a levantar este proyecto que ratifica nuestra hermandad con México y nuestro interés por la cultura”. Justo cuando acabó su discurso, el micrófono se volvió loco el resto de la noche provocando un estruendo insoportable y similar a un bramido, o la sirena de un petrolero. “Eso es el espíritu de Buñuel que quiere decir algo”, comentaron algunos entre risas.
Entrañable y polémico
De joven solía retratarse con gesto grave, luciendo ceño arrugado y músculos de boxeador. De mayor, las fotos captan a un hombre de mirada bromista y sonrisa pícara que toma cócteles con sus amigos y se disfraza con sus actores. “Detesto a los intelectuales”, declaró en una entrevista, “mi ideal es regresar al territorio de la infancia, donde nadie lee”. Provocador y poco dado a tomarse en serio a sí mismo, el cineasta aseguraba que no le interesaban en absoluto los aspectos técnicos del cine. Una vez alguien le dijo que no entendía de qué trataba Un perro andaluz (1929). Según cuentan sus amigos, Buñuel le respondió severamente: "¡Está muy claro! Es una incitación al crimen y a la violación”.
Aunque era muy amigo de sus amigos, nunca ocultó su temple severo, homófobo y vehemente. Su relación con el poeta Federico García Lorca y el pintor Salvador Dalí, los otros dos grandes genios de su generación, distó de ser tan afable como las fotos sugieren. Al primero le reprochó su condición de homosexual. “Alguien vino a decirme que (…) Lorca era homosexual. No podía creerlo. Por aquel entonces en Madrid no se conocía más que a dos o tres pederastas, y nada permitía suponer que Federico lo fuera”. Un día, en medio de una fiesta, Buñuel le sacó afuera para hablarle de algo “muy grave” y le dijo “¿Es verdad que eres maricón?”. El poeta andaluz le respondió: “Tú y yo hemos terminado”. Según cuenta el cineasta en sus memorias, Mi último suspiro, esa misma noche se reconciliaron.
Con Dalí rompió años después, en Nueva York. En 1938, tras diversas penurias económicas, Buñuel consiguió un trabajo como director del Departamento Cinematográfico del Museo de Arte Moderno (MOMA) -“un trabajo en el que me pagaban estupendamente por no hacer nada”. Pero una de las incontinencias textuales de su excéntrico amigo terminó con su suerte: El pintor publicó en sus memorias –La vida secreta de Salvador Dalí- que el aragonés era ateo y de izquierdas y que había pervertido las películas en las que ambos habían participado. El escandaló llegó a la Gran Manzana y Buñuel fue obligado a dimitir del MOMA. Según contó el artista alemán Max Ernst, el aragonés se encontró con el pintor en la Quinta Avenida y, sin más, le dio un puñetazo en la cara. Según cuenta él mismo en sus memorias, le citó en un bar, le llamó cerdo y estuvo a punto de pegarle, pero Dalí le respondió: “Escucha, he escrito ese libro para hacerme un pedestal a mí mismo. No para hacértelo a ti”. Buñuel asegura que se guardó la bofetada en el bolsillo. “Pero la ruptura es profunda. No volvería a verlo más que una sola vez”.
Muchos de sus conocidos comentan su carácter machista, su afán de vivir en un castillo como un señor feudal español y su falta de consideración con su mujer, Jeanne Rucar. Ella misma confirmó los rumores en sus Memorias de una mujer sin piano (1990), en las que relata un día a día en el que el hombre manda y la mujer obedece. En el mismo título, la francesa deja constancia del día en el que su marido regaló su querido piano a cambio de una caja de champán. El célebre instrumento ha regresado a la casa como regalo de sus propietarios, la familia del pintor Alberto Gironella.
A pesar de estos “matices” que sin duda hacen más compleja la personalidad del aragonés, todos los presentes recordaron con cariño al cineasta irreverente, generoso y genial, que marcó un punto de inflexión en sus vidas y en la cultura mexicana. Una persona peculiar y quizás difícil, pero que llevó consigo la alegría y el humor hasta la tumba: “Al aproximarse mi último suspiro, imagino con frecuencia una última broma. Hago llamar a aquellos de mis viejos amigos que son ateos convencidos como yo. Entristecidos, se colocan alrededor de mi lecho. Llega entonces un sacerdote al que yo he mandado llamar. Con gran escándalo de mis amigos, me confieso, pido la absolución de todos mis pecados y recibo la extremaunción. Después de lo cual, me vuelvo de lado y muero. Pero, ¿se tendrán fuerzas para bromear en ese momento?”
Madrid y México, dos encuentros estelares de la cultura
J. MOLINA
Según dicen, en determinadas épocas de la historia los astros se conjuran para unir en un mismo lugar a varios artistas que marcan la cultura de muchas generaciones. Ciñéndonos al ámbito de lo hispano, recordamos a los protagonistas de los años veinte y treinta en Madrid, años turbulentos que unieron a grandes genios de distintas disciplinas en la capital española. Los nombres de Buñuel, Lorca y Dalí destacan entre todos hasta el estallido de la Guerra Civil y la llegada a España de los “voluntarios con gafas”: los intelectuales de todas partes del mundo (Orwell, Neruda, Paz, Guillen, Capa, Hemingway, Malraux, Vallejo…) se dieron cita en la península para apoyar la democracia contra el fascismo.
La historia es de sobra conocida: la República perdió la guerra y las mentes más lúcidas de España tuvieron que exiliarse en varios países. A partir del Gobierno de Lázaro Cárdenas (presidente de 1934 a 1940) México fue el país que más apoyo brindó a los expatriados. Allí aterrizó Buñuel en 1946 y allí tuvo la oportunidad de vivir otro momento estelar del arte del siglo XX. Los muralistas Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros, capos culturales de la época, se encargaron de dar la bienvenida (a tequilazos o balazos, según la simpatía ideológica) a los cientos de intelectuales y artistas visitantes y exiliados. Revolucionarios como León Trotsky y el cubano Julio Antonio Mella (ambos asesinados en la capital), fotógrafos como la italiana Tina Modotti y el norteamericano Edward Weston, poetas como André Bretón y cineastas como Buñuel pudieron vivir una época de apogeo intelectual irrepetible, en la que los artistas orquestaban la cultura indígena como vehículo de autoafirmación nacional. En ese ambiente, Buñuel conoció a los famosos pintores muralistas, a novelistas como Juan Rulfo y Carlos Fuentes y a una larga lista de jóvenes actores y cineastas que, gracias a él, ocuparían un lugar esencial en la futura historia de México.
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