Traslado de los restos del niño asesinado en Chihauhua / EFE |
El crimen de un niño a manos de otros menores sacude México
Los detenidos por la tragedia de Chihuahua dijeron que querían jugar a los secuestradores
La infancia puede ser un juego o un infierno. En la colonia Laderas de San Guillermo, el pasado jueves, fue las dos cosas. Ahí, muy cerca de los muros de la prisión de Chihuahua, el pequeño Christopher, de 6 años, fue arrastrado a una pesadilla de la que México aún no ha despertado. Dos primos y tres amigos, de 11 a 15 años, le tomaron de la mano para "jugar a secuestradores" y acabaron matándole tras una larga e indescriptible tortura. En un país donde a la muerte se le erigen altares, este crimen ha desbordado diques y, con su componente infantil, ha puesto a muchos ciudadanos ante el espejo enfermizo de la ultraviolencia. Un fenómeno que Chihuahua conoce bien.
El estado norteño, una de cuyas grandes urbes, Ciudad Juárez, fue durante años la mayor tumba del planeta, registra después de Guerrero la tasa de homicidios de menores más alta de México: 38 por cada 100.000 habitantes. Casi 50 veces más que la española para todas las edades. En este aberrante contexto, la muerte del pequeño Christopher, conocido como El Negrito, podría haber pasado inadvertida, pero el pretendido juego que le acompañó puso el dedo en la llaga: niños emulando secuestradores y, a juzgar por las declaraciones de la policía, yendo mucho más lejos que ellos. "Es un problema de descomposición social, no es un tema policial, sino de pérdida de valores", explicó el demudado fiscal del caso.
Es un problema de descomposición social, no es un tema policial, sino de pérdida de valores
El fiscal del caso
La reconstrucción de la procuraduría revela que, antes de llevarse a Christopher, los menores habían capturado y matado con saña a un perro callejero. Luego, comandados por un chico de 15 años, partieron en busca de otra presa. Eran las diez de la mañana y el pequeño, como tantas otras veces, jugaba en la calle. Fue entonces cuando se topó con la pandilla. Le pidieron que les acompañase a juntar leña. El niño les siguió. No eran desconocidos, sino sus primos, sus vecinos en ese arrabal de miseria y polvo. Al llegar a un arroyo cercano, lejos de las miradas de los adultos, le propusieron el juego del secuestro. Y tras atarle de pies y manos, cruzaron el espejo. Con un palo le asfixiaron hasta hacerle perder la conciencia. Acto seguido, vinieron los varazos, las pedradas, la navaja. El cadáver fue arrastrado hasta un agujero que cubrieron con tierra y maleza. Encima colocaron al perro muerto.
No tardó mucho en abrirse la fosa. Al día siguiente, en plena movilización policial, una madre se acercó a los agentes. Su hijo le había contado lo sucedido. El sábado se halló el cuerpo. Los menores fueron aprehendidos. Los dos muchachos de 15 años se enfrentan ahora a una posible pena de 10 años; las dos chicas de 13 y el chico de 11 son inimputables. Cerrado el caso, se han abierto las preguntas. México ha iniciado nuevamente la lenta digestión del horror.
"Cómo respondemos como sociedad ante un hecho así? ¿Qué ven unos muchachos en su entorno que los hace querer ser secuestradores?", inquirió en un amargo artículo el director del diario Excelsior.
Antes de llevarse a Christopher, los menores habían capturado y matado con saña a un perro callejero
"Es el reflejo de una generación que ha crecido en la idea de que matar no tiene consecuencias. ¿Qué esperamos, si viven en un estado campeón de la impunidad y donde la vida carece de valor? Eso es lo que han aprendido. El único remedio frente esta locura es hacer justicia. Que las instituciones dejen claro que matar en México no está permitido", explicó a este periódico la periodista Sandra Rodríguez, autora de Fábrica del crimen, el estremecedor retrato de un asesinato cometido por menores en 2004 en Chihuahua. En la misma línea, se expresó la Red por los Derechos de la Infancia: "Los miles de homicidios, desapariciones y crímenes impunes no han tenido una explicación oficial para los niños y adolescentes en el país. Cada familia y comunidad ha buscado darles respuestas (u ocultarles la realidad) y no ha tenido éxito".
Las exequias del pequeño Christopher se celebraron el domingo pasado en la funeraria la Luz Nueva, de Chihuahua. Abatida por el dolor y la rabia, la madre exigió justicia y que nadie creyese que aquella barbarie fue un mero juego. "Mi hijo no era un perro", clamó. En la última década han muerto por homicidio en México, 10.876 menores. Christopher es desde el jueves pasado, uno de ellos.
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